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La paz era el tema central en homilías y plegarias de los ministros y fieles. La Universidad de Notre Dame fue una de las pocas universidades que sostuvo una amplia concurrencia marcando el cese del fuego. Su Presidente, el Padre Teodoro Hesburg decia a las 3.500 personas en la Misa de Acción de Gracias: «En realidad aquí no hay nada que celebrar: ni victoria, ni paz cierta». Recalcó la necesidad de orar por aquellos que tanto han sufrido por la guerra, por los que por ella han sido alienados, y expuso la necesidad en echar la base a una paz permanente sobre la justicia, especialmente para con las naciones subdesarolladas. La reacción del país ante la paz del Vietnam fue generalmente sosegada, como lo era el estado real de guerra que el pueblo americano había sobrellevado sin aparentes emnociones en lo superficial, pero con tremenda preocupación íntima ideológica, moral y espiritual en las concien– cias, en los centros de enseñanza, en las iglesias, en las universidades y en los hogares, y sin estallar violentamente, salvo en raras ocasiones. Unicamente plegarias públicas, manifestaciones silenciosas de jóvenes, plantes rituales en las escalinatas de monumentos nacionales, ante los frontispicios clásicos o góticos de los rectorados, podios a los que se adelantaban muchachas, como cariátides, a poner la mano sobre la Biblia y pronunciar escuetamente el nombre de un muerto en Vietnam, en muchos casos, más de 45.000, de su hermano. Espectáculo de tragedia griega y de piedad cristiana. En la Misa especial de Acción de Gracias el Cardenal John Cody de Chicago habló de la guerra que ha «despedazado a nuestra nación, nos ha hecho esclavos, ha destruido nuestra juventud y nos ha roto el corazón.» Luego pidió a la multitud, de aproximadamente un millar, mirar al futuro, laborar en el intento de reconstruir un mundo en el que la paz fuera posible y necesaria. Aprovechó la ocasión para atacar las libertades oficiales del aborto: Mientras la nación lamenta y llora sus miles de muertos por la guerra, habría que pensar en cuántos no nacidos aún se perderán porque nuestro Tribunal Supremo les priva del derecho de vivir. También estaban en esta línea la patriótica honorable y religiosa reac– ción de muchos excombatientes, y excautivos. Uno de los primeros devueltos, el Capitán de Navío, Jeremiah Denton se asombra de los «pacifistas». Estos habían llegado al extremo de profanar la bandera, romper sus cartillas de movilización, echar pintura roja y bolsas de sangre de cerdo en los centros de reclutamiento y emigrar a otras naciones, escarne- 246
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