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que los candidaturas se basaban, no en programas y planes del respectivo partido, sino en personas y promesas. Y afiadía: -Demos cara a los hechos. Estamos retrocediendo con los golpes de los últimos cuatro años -los de Vietnam y Watergate-. Nos hallamos ahora, en el bicentenario mirando hacia atrás y rehaciendo el pasado. Es hora de mirar el futuro. Es hora de determinar nuestro propio interés y objetivos. Es hora de dedicar nuestras energías a esfuerzos positivos por nuestro tercer siglo. En una serie de conferencias, expuso los problemas de toda índole: ex– pansión excesiva del gobierno y decadencia de la autoridad y de los partidos políticos, el egoísmo, las presiones interesadas, el decaimiento de la energía política, y económica. Pero la cuestión más interesante para nuestro caso y precisamente porque había que encuadrar su temática en un contexto total de la Unión frente al próximo futuro, cargó la atención en la más vieja postura espiritualista de la República: la ética y la religión. -Hoy los principios básicos en los que se fundó y desarrolló América, su dedicación a la dignidad humana y a la naturaleza del hombre, su confianza en las personas libres que asumen la responsabilidad de sus acciones, se encuentran seriamente desafiadas por poderes dirigidos. En la fuerza totalitaria marxis– ta de nuestra historia hemos enfrentado una amenaza mayor contra nuestro modo de vivir y a nuestra misma existencia. En esta perspectiva, Rockefeller tenía presente su propia fundación, cuando dejó de ser Gobrenador de Nueva York, 1,964, cuyo nombre es «The Critica! Choices Commission», Comisión para la Selección Crítica de Proyectos, con vistas a los afios venideros. En realidad -anota el periodista analítico James Reston– Rockefeller acepta como un deber el comportarse como un ex– perimentado y poderoso hombre de estado, que lo es, considera el tiempo futuro con su acostumbrado optimismo, y se echa a buscar los mejores cerebros del país y donde los haya para emplearlos. El Fénix americano no alardea de semidios y por ello no resurgirá de sus cenizas y no se ha sofocado nunca en ellas. En el pintoresco libro de William J. Lederer y Eugene Burdick titulado «The Ugly American», «El americano Feo», se encuentra un cierto humorismo, anglicano, que no ha abandonado del todo nunca al yanqui serio. Era por los afios sesenta. Parecía que se estaba en crisis decisiva con 240

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