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Se superaron los tres nublados que obscurecerían las fiestas del 76: el Watergate, Vietnam, y «la peor crisis económica» desde la depresión del 29. Se intensificó la autocrítica sobre la euforia clásica del americano de las posguerras y una vez más unos interpretaban este hecho como un repliegue sobre sí mismo para dar el nuevo salto: y otros, como prueba de la madurez de un país apenas secular. Hay que convenir en una cosa, sin embargo: el famoso «american way of life», el estilo de la vivencia norteamericana, se reacomoda; y lo único que indudablemente progresa es el carácter noticiable de temas morales, religiosos y ecológicos. Por estas alternativas relativamente nuevas, y con la vaguedad de siem– pre, nos tienta la sensación de que lo que está cambiando es el espíritu. Ya se verá lo que implica esta compleja palabra, después de las dos centurias de la Independiancia. Confesaba James Michener: Si me hubiesen preguntado hace unos años, yo hubiese estado a favor de una tremenda exposición del bicentenario, que hubiese dejado muy atrás a la Expo-67 de Canadá. Pero hoy día ese tipo de manifestaciones me parece indeseable. La segunda crisis energética del 79 ha recrudecido la desazón del alma y de la faz yanqui ante el mundo. Dolar y gasolina destemplan a la nación. A LA BUSQUEDA DEL YANQUI GENUINO: LA A UTOJNDEPENCIA La nominación tan sugerida, pero improbable, del menor de los Ken– nedy, Edward, quien ni siquiera se presentó en elecciones primarias, pudieran contemplarse hoy como el signo meteorológico de los aires que traían el siglo tercero. Hechos fatídicos que se acumulan antes de las transi– ciones esperadas; personajes que son movidos, más que por sus clanes familiares y políticos, por la biografia y anécdotas propias; y la marca de la gente que parece actuar con el ritmo inexorable de la providencia son los elementos que cedieron la primacia a lo que se ha llamado «el más difícil dilema de la historia norteamericana», o sea, el destino de la nación ins– piradora y rectora del mundo democrático. Mientras los candidatos Ford y Carter hablaban de cuestiones internas y en escasa medida de la política in– ternacional, cualquier periódico, revista, coloquio radical o televisivo cargaba el interés en el amplio y «fatal» campo del papel y la acción de Estados Unidos en su tercer siglo que está empezando. Por otra parte se resumía el quehacer y el logro de los dos anteriores. El primero, 1,776-1,876, realizó la unidad nacional. El segundo, 1,876-1,976, asienta la madurez económica, industrial y técnica que planta a U.S.A. en su hegemonía. Ahora le corresponde al tercero, 1,976-2,076, labrar la plenitud del individuo americano. Es el clamor de la liberación de la per– sona en su integridad y pormenores. 238

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