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gentes jugaron demasiado frecuentemente el papel de adúlteras desertando de su Dios. Algunos de los firmantes de la Declaración de la Independencia, que ex– altaron el «todos los hombres han sido creados iguales,» retuvieron sus esclavos. Entre ellos, el más genuino padre de la Declaración, Jefferson. De esta inconsecuencia humana resultan actitudes dramáticas y distor- sionadas de la cristiandad tanto en sus pueblos en los individuos. No son posiciones anticristianas, sino conflictos y de místicas y desolación, de fervores e infidelidades que se remueven en el hombre desde que Cristo accedió o ser carne y sin de Verbo. «DEJAD A AMER/CA QUE SEA Alv!ER/CA» Al lado de la placidez orquestada y serena de la vida cmt1anas tal como se lleva en las iglesias, no pueden sus sobresaltos ante el cinismo, la execración que proceden de escritores, novelistas y poetas. A estos últimos se les concedió los dones de la luz y de las tinieblas para remover las más dispares inquietudes del ser humano. Esto ha ocurrido en Estados Unidos con la estrepitosa ligereza que proporciona su juventud y su licencia democrática. Democracia y juventud son dos poderes vitales que caracterizan sus movimientos religiosos. Este reconocimiento no excluye el que filósofos y teólogos sean, por su misma profesión, los más nerviosos analistas y actores de las ideas patrimoniales, herencia de la religiosidad judío-cristiana. Pero los fenómenos de juventud y de los medios de comuni– cación social, entre los cuales hay que contar el espectáculo, el teatro, son los más perceptibles y difundidos. En el Lazarus Laughed (1927) de O'Neill supuestamente se ha encon– trado la idea liberadora del rechace de sí mismo y de la aceptación vital de Dios en el esquema universal de la vida. Los hombres que han sido agraciados con ese regalo viven acaso riéndose de tal obsequio, y pretenden ignorar y devolver el regalo. Tal risa reconstruye de nuevo la Escencia del Dador. En realidad de esta manera O'Neill predica, no tanto la inmor– talidad del hombre, como la necesidad de la fe y de su entendimiento espiritual dentro de su existir. En su Dynamo (1929), con expresiones reminiscentes de Henry Adams, O'Neill hace de la dínamo eléctrica una deidad simbólica que, al reemplazar al Dios de la Biblia, destruye a sus adoradores. En Days without End (1934), una vez más expresa la necesidad que el hombre tiene de creer en su bondad espiritual. Loving, a su vez, com– prende que una sociedad moralmente postrada, que ha reducido al hombre a un «mecanismo mal manipulado,» necesita un salvador para iluminar la fe. Guiado por un sacerdote católico, Loving descubre que el creer en el amor de Cristo es alcanzar una victoria del espíritu sobre los poderes de la corrupción y de la decadencia. 22

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