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asistente a un espectáculo matinal para nifios». Resume las frases aplaudidas: «Paz doquiera en el mundo ... Saldremos al encuentro del desafío ... Venceremos en nuestras lucha contra ... Hagamos lo posible para... Asumanos nuestras responsabilidades históricas... Vueltos con honor de... Todo desde el pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Lo más admirable fué la cronometría del ritmo del aplauso: a minuto más o menos por cada intervalo. Los clisés y los tópicos son desconcertantes y quizás lo aplausos se produzcan por enervación total. Otra caricatura representa las columnas y arquitraves del Capitolio derrumbándose, mien– tras Nixon dice en su mensaje sobre el Estado de la Nación: «Ahora yo diría que me faltan las palabras, pero lo que yo quisiera proponer como fácil punto de partida... Y lo que hay escrito en el plinto de su perorata es: Ricardito, dí ¡«Buenas noches»! Hay algo más que datos estadísticos para cerciorarse de que en las tres últimas décadas el panorama y el talante de los americanos se han venido transformando. Lo más bellamente trágico y conmovedor es que estarnos asistiendo a algo así como a un sentimiento trágico de la vida y a una agonía del cristianismo de su espíritu y de su mirar, pensar y querer, gozar, sufrir y sofiar. Y esto ocurre en plena juventud o una madurez prematura, como quiera contemplarse. LA BENDJCION DEL DINERO El problema capital es el dinero, según las encuestas que para esto ciertamente tanto en E.E. U.U. como en cualquier otra parte, no son necesarias. El Tio Sam, ama la bendición del dinero, porque piensa purita– namente, que los bienes materiales, corporales, mentales y económicos son galardón de Dios a las gentes que trabajan por la virtud y el suefio, como ellos; y porque el dinero es el medio indisimulado del recurso para resolver gallardamente cualquier situación, altruista, paternal y generosa. El dinero dignifica y posibilita la filantropía y la fraternidad. Además, en su plenitud, si es que alguna vez llega a ella, es el primero en dar la voz de alerta y clama por urgencias espirituales, místicas, ascéticas, simplificadoras de la comple– jidad civilizada en busca de la libertad, de la paz e independencia de la mente y de la persona. Así hemos visto surgir efímeras las juventudes ricas burguesamente para, a su manera, denunciar y desdefiar la sociedad del consumo hacia el bienestar, como un manifestación de que el bienestar no libera ninguna fórmula definitiva. Ni en realidad hace falta para la afir– mación soberana del hombre. Todo esto melancólicamente, como un bello otofio inesperado, un preludio como de decadencia alejandrina, de esas que duran tanto. Hace décadas, sin crisis energéticas, y disimulada guerra en el Sudeste Asiático, 236

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