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receptor y dejar visible únicamente una biblia. Se oía su voz: «Esta es la verdadera Campana de la Libertad de América». Además de criterio de creencias, la Biblia es código de moralidad y de sensibilidades inquietas. En su segunda aparición para tomar posesión del oficio de presidente, Lincoln pronunció las palabras que están grabadas en su monumento de Washington. En ellas puede percibirse la responsabilidad y un velado remordimiento por la Guerra Civil, biblicamente el mayor in– fortunio de un pueblo. Pero una y otra vez se afirma la fe y el gesto americano que, al quererse justificar, se adentra en implicaciones teológicas y escrúpulos que son algo más que hipocresía o diplomacia. Son substancial actitud de la conciencia media americana. Lincoln peroraba: Uno y otro contrincante buscaba un triunfo más fácil y un resultado menos gravoso. Ambos leían la misma Biblia y oraban al mismo Dios y cada uno invocaba su ayuda contra el otro. Parece extrafio que hombre alguno pueda atreverse a pedir justa asistencia de Dios cuando cada uno invocaba su ayuda contra el otro. Parece extrafio que hombre alguno puede atreverse a pedir justa asistencia de Dios expoliando su pan del sudor de los rostros de otros hombres. Pero no juzguemos para que no seamos también nosotros juzgados. Las plegarias de ambos no podían ser oidas. En consecuencia, ninguno de los dos ha recibido respuesta plena. El Omnipotente tiene sus propios designios. (Palabras grabadas en el muro norte del Memorial de Lincoln en Washington. Segundo discurso inaugural.) El reconocimiento del conflicto por la victoria total, implorada por la misma fe entre hermanos enemigos, más el misterio constante de las religiones en sus enfrentamientos ante el mismo Dios, impulsan a pensar que el elemento cultural y ético es substancial a la empresa americana en sus doscientos añ.os de vida. Es estimable que ello se haga constar en la vida pública y en alocuciones retóricas. «¡DEJADME VIVIR!» Entre tanto, la exaltación patriótica de la Declaración de Independen– cia adquiere horizontes universales y místicos en las ideas del siguiente poema del religioso capuchino Aidan Neeman, quien hace hablar así al alma misma del documento: 229
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