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La Early America solo ligeramente podría ser otra cosa que Inglaterra. La pasada celebración del Bicentenario lo manifestó una vez más. Gran Bretaña no podía faltar en el jubileo, arduamente nostálgico de sus patrias de ultramar, colonizadas y cultas. Inglaterra, metrópoli de tantas razas y naciones, madre de leyes, parlamentos, usos y tradiciones, no merecía olvidar la gloria de su hija mayor, rival y salvadora a la vez. Sería impropio de su epíteto intraducible «merry». En medio de la general gratitud a la Madre Patria, no faltaba algún reproche no mal intencionado. Sobresalta absurdamente el que la televisión americana estuviese fiándose de lo británico para ayudarnos a celebrar nuestro Bicentenario; a no ser porque, después de todo, en estos años los lazos con el hogar no se han roto. La NBC americana encomendó al historiador inglés Alistair Cooke el primer lote del programa del Bicentenario con el título «America», que tuvo gran aceptación en la temporada, con la presentación de personajes norteamericanos. La misma cadena se propuso competir en talento con la BBC de Londres en una emisión de dos horas «The Inventing of America» -El invento en América- auspiciada y escrita por Británicos y Americanos. Su objeto sería el impacto de la inventiva en el desarrollo de la nación. «Afortunadamente no todos los programas están en manos de nuestros amigos británicos». La colaboración en el campo televisivo prosiguió espléndida y eficaz, como ha ocurrido siempre cuando glorias e intereses comunes valen para los dos paises. La NBC americana encargó a George Schaeffer la producción y dirección de seis dramas basados en la biografía de Abraham Lincoln, que escribió Car! Sandburg, mientras otras series se realizarían por James Michener, el autor de «Iberia». LA VERDADERA CAMPANA DE LA LIBERTAD: LA BIBLIA Los Estados Unidos de Norteamericano comienzan con la Declaración de la Independencia. La Gran Bretaña, la estirpe anglosajona, desde muchos años antes de la Revolución del 76, es el nucleo espiritual y musculoso del continente. América recibe y retiene así el nervio, el lirismo, la «barbarie» cristiana y civilizada de la Europa posromana, que se sigue edificando en esta ilusión que es América. Ni lo judío ni lo céltico son ajenos a esta identidad de la nación estadounidense. En relación a lo religioso, los americanos siguen dando testimonio de que les une con los anglos una cierta vida interior, que aflora hasta en los medios de co– municación social, y se fija en un libro muy concreto, que compusieron la palabra y la imaginación de Dios, acomodadas al uso de los hombres. En la pequeña pantalla se ofrecía un coloquio entre miembros de la Unión de las Iglesias acerca de la reviviscencia del espíritu de religión y de libertad que iba a caracterizar la celebración del Bicentenario. El presidente de la reunión se vino acercando al primer plano, hasta desbordar el marco del 228

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