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por sobrevivir. Tenían que provocar los desafíos de su juventud y de las vanguardias renovadoras y mentales. Por eso mismo que eran adultas, han optado por renacer siempre. De ahí el juego aparente de una ingenua y ge– nuina tradición yanqui como soporte de plataforma de lanzamiento de lo más novedoso: de satélites desde Cabo Cañaveral o de ideas y utopías californianas de universidades como Berkeley. A este alarde de originalidad por parte de los escritores norteamericanos se puede replicar que tales influencias las han recibido y practicado todos los pueblos cristianos. Es verdad. Pero ello no minimiza el hecho que también haya ocurrido en Estados Unidos; y en ellos, con características que justifican su mención y perfilan la identidad nacional del país. Al celebrar su bicentenario se percibían la conciencia y la alarma ante la crisis, se lamentaba que «se venía perdiendo la fe en muchas de sus insti– tuciones básicas.» Pero su actitud era la del autor de The Patriot's Bible (La Biblia de los patriotas) de John Eagleson: No estamos desvalidos ni desesperados ante la realidad seria de las crisis que confrontamos. Nuestras crisis básicas no son la energía, la balanza de pagos o la economía nacional. Hay crisis del espíritu. Nuestros Padres levantaron en este Continente una nación nueva, no cuando las circunstancias económicas se lo permitieron, sino cuando se lo impuso su dignidad humana. La herencia que nos transmitieron, así como la tradición judíü– cristiana que inspiró a tantos de ellos, nos pueden proporcionar el vigor espiritual, revitalizado de nuevo para encarar desafíos no mayores-ni menores-que los que ellos confrontaron. Y nos presenta una antología de pasajes bíblicos que se acomodan al alma, situación y destinos de Estados Unidos, no sólo para que se enorgullezca de ellos, sino para que los reconsidere y los viva. Son prin– cipios y lemas que se refieren «a nuestras prácticas actuales, amenazadoras y descorazonantes, pero que desafían nuestra capacidad de cambio en cora– zón y mente, una metanoia operativa.» No se trata de textos laudatorios únicamente. Pero sí queremos resaltar la voz profética de estas dos cosas: la herencia nacional y las tradiciones religiosas. Pues es el profeta el que busca restaurar la visión de un pueblo, y «donde no hay visión, el pueblo perece.» Esta visión es la de una tierra que ofrece libertad y oportunidades iguales a todos, un reino donde han de reinar el amor y la justicia: Desde luego no hemos de confundir la Constitución con el Testamento, el Pacto, la Alianza divina, como muchos americanos han hecho. Sabemos que nuestros predecesores no v1v1eron siempre ni mucho menos de los principios que pro– fesaron. El Pueblo de Israel, el Pueblo Escogido de Dios, sus 21

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