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Es correcto hablar de la decadencia de las naciones, pero no de su muerte previsible, y lo que está bien claro es que una nación es capaz de arrastrar por siglos una pronunciada decadencia. España arrastró la suya desde 1700 hasta casi la mitad de este siglo; es, sin duda, una de las más largas decadencias europeas, entre las naciones viejas. En cambio, el «decline» de Francia, como Imperio, se inició en Waterloo, y como nación, pese a su victoria en 1919. Las causas del declinar del Reino Unido se remontan aún más atrás, en el tiempo, pero el derrumbamiento del Imperio fue inmensamente acelerado por la II GM. Aceleradísima es también la decadencia de Inglaterra. Así son las cosas de paradójicas: Su victoria en la I GM y su victoria en la II GM acabo con Inglaterra. A propósito de esto, diré que hay naciones que «presumen» de jóvenes, y otras que «presumen» de viejas, y aún de eternas. Los franceses continúan hablando de «la France eternelle». En su primera entrevista con Kruschef, Kennedy se refirió a la juven– tud de América y a la larga historia de Rusia. Kruschef se revolvió rápido: «Rusia es mucho más joven que América, por– que para nosotros sólo cuenta la Rusia de después de la Revolución. Una meditación sedativa captaría en la Declaración americana cuatro puntos de valor permanente: La inexorable necesidad de libertad, el parentesco migratorio y consanguíneo con los ingleses, la fraternidad y respeto a su justicia nativa y la postura ante la Providencia del Creador y Juez del Mundo, Dios. 226

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