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cientos años de Independencia. No obstante, si la cronología vale, Estados Unidos es nación vieja con relación a la mayor parte de las naciones europeas, en conformidad con los análisis sumarios de periodistas, entre ellos, Manuel Blanco Tobío: ¿Cuales son'; en Europa, las naciones jóvenes y las viejas, por simples -y simplistas- mediciones cronológicas? Con excep– ción de España, Francia y tal vez el Reino Unido, casi todas las naciones, como tales, son relativamente jóvenes. Al refedrm~ a Alemania se suele incurrir en el error de poner como fecha de su unidad la de 1870. Esa fecha valía, en efecto, para la Alemania que va desde la batalla de Sedán a la de Stalingrado. Pero esa Alemania murió, histórica y legalmente con el III Reich. No la busquéis en el mapa porque no la encontraréis y yo, como tan– tos, tengo serias dudas sobre si la llamada República Federal Alemana puede asumir la «herencia» del III Reich. Las Alemanias que existen, real y jurídicamente, nacieron ambas después de 1945. Son las naciones más jóvenes de Europa Oc– cidental. En cambio, Italia, otra gran derrotada, puede seguir fechando su nacimiento en 1870. En general, y siempre refiriéndonos a naciones, las europeas son -deciamos- relativamente jóvenes. La Suiza Federal nació en 1848; Bélgica, en 1830; Holanda, 1815, etc. etc. Y siendo así, ¿qué sentido tiene hablar de la «juventud» de los Estados Unidos, por ejemplo? Los Estados Unidos, que van para las dos centurias de edad, son más «viejos» que la mayoría de las na– ciones europeas, y les recuerdo que ya en el pasado siglo Osear Wilde escribía: «La juventud de América es su más antigua tradición. Va ahora por los trescientos años.» Por valiosas que sean estas consideraciones, peligrosas y com– prometidas por eso mismo que son comparaciones y llevan la carga de la odiosidad, los Estados Unidos dan impresión de juvenil por muchas razones en ésta su plenitud de dos centurias. Tanto su independencia como su historia, encaramadas en imperio sui generis -que uno podría llamar humanístico- en tan corto espacio de tiempo, han sobrevivido en línea rec– ta, ascendente y con metas vívidas y briosas desde el principio. Su juventud, más que temporalidad reciente, es biología idealista, genuina e implacable, precisamente por sus actitudes y su halo de victoria. A pesar de la comple– jidad hirviente de su proceso, hay una continuidad expansiva hacia dentro y hacia afuera como el tracto o tirón grafológico de los libros bíblicos. Parece, sin embargo, que hay prisa para insinuar su decadencia. El mismo escritor comparaba recordando: 225

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