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aparece reproducida a toda página, y el comentario es: ¡Qué le– janos y desconocidos los «Padres Fundadores»! Y no solo que predominen otras costumbres, otra moral, otros postulados, otra religiosidad emanando del siglo XVIII. Es que hay tantas costumbres, tantas morales, tantos sentidos de religiosidad como individuos agrupados en racimos, y hurtar la ley se ha hecho, debajo de las libertades absolutas, más hacedero que ceñirse con sus disciplinas y las libertades en abuso (más que en uso) han traído la dispersión y la soledad. ¡Qué remota, sí, la apretada y conviviente sociedad puritana, escueta y civil que cerró hace 197 años, con la fidelidad jurada a la Corona británica! Ha habido solución de continuidad. No ha pasado mucho tiempo de la constancia de esa «solución de con– tinuidad», y no se manifiesta demasiado el desaliento. En última instancia, las estadísticas y consultas a la ciudadanía muestran siempre una actitud de esperanza y recuperación. Fallan también las recordaciones y alusiones a imperios clásicos, por mucho honor que estos paralelismos hagan a la particular hegemonía norteamericana. Esta anda por otros rumbos, que la verificación en tiempo y espacio imponen a la historia y sus hombres. Sin quitar importancia a los prestigios entre potencias y potencias, las comparaciones deslumbran, pero dejan percibir los sutiles y nuevos elementos que trabajan en las situaciones de los imperios de hoy. 224 Mariano Navarro Rubio escribía en ABC: Todos estos elementos de descomposición existieron y jugaron, ciertamente, de un modo decisivo en la caída del Imperio Romano; pero el más demoledor de todos fue la inflación. Como siempre ocurre ante un hecho de tan colosales propor– ciones, junto al problema principal aparecen otras causas de descomposición, concomitantes, de todo tipo: religioso, moral, social, militar, todas ellas con su inevitable repercusión política directa o refleja: polémicas teológicas en el sector cristiano, que servían de fermento a las herejías, mientras en el sector pagano se volvía otra vez a la más burda celebración de prácticas mágicas; la moral estoica se consideraba por la juventud como algo anacrónico; una mancha erótica, cada vez más extensa, en– suciaba y enervaba todo el ambiente; y un ejército debilitado por la falta de recursos financieros, y mas aún, por las rivalidades in– ternas de la Casa Imperial, no pudo ni siquiera lograr la movilización de las pocas fuerzas necesarias para contener la penetración en Occidente. Es tópico considerar a Norteamérica nación joven con sus solo Dos-

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