BCCCAP00000000000000000000550

norteamericanas contemplan la próxima entrada en su tercer centenario jubilar. Afortunadamente no hemos alcanzado el punto sin retorno en nuestra apostasía moral. Los más nobles espíritus mantienen conciencia privada y pública, hasta el punto de aceptar y exigir que nuestras políticas exteriores clandestinas esten sujetas a revisión para reconciliarlas con los Artículos de la Constitución. Y con esto muy importante para un americano de la mayoría normal: «reactivar la conciencia humana para purgarla de las vidas dobles y de obras muertas, para asegurar su sumisión a las demandas de la ley moral de Dios en esta generación». (Chris– tian Heritage March 1976) Revista protestante del Bicentenario). REFLEXIONES IMPERIALES Difícilmente los norteamericanos aceptan lo trascendental y lo in– tocable. Y si lo hacen, lo disimulan sin rubor, como quien se sacude una gloria importuna y pesada, o lo dejan en las gracias de sus «comediantes» (comedians), como Bob Hope, y en el centelleo de sus paradas; o se lo enco– miendan al colosalismo de los filmes de Hollywood y a la ternura adulta de «las tierras y mundos» de Walt Disney. Tanto fuera, como dentro de este país, lo más obvio sería sentirse ten– tado a la patriotería y el poderío. Pero de ordinario es el que viene de afuera el que con sus diferentes reacciones de admiración o desdén, el que más en– cumbra a Estados Unidos. Solo le puede superar la fría normalidad, casi humilde e indiferente, con que el buen americano tranquilo puede encubrir su orgullo e ira y, rara vez, los descarga en su decisión de poder. En cuanto a la Declaración, uno es proclive a darle carácter casi religioso, ético, y a atribuirle ideologías y peso de los Sabios de Grecia o de los Diez Mandamientos. Luego, al comparar aquella excitante pro– clamación, al fin y al cabo, retórica, en el mejor sentido de la palabra, honesta, normativa, casta de horrores, se asombra, se goza, se duele o escandaliza, afectado por asuntos como el Watergate, nombre común de las administraciones corrompidas. Entonces lo propio es caer en nostalgias de lo pasado y en previsiones de un futuro inmediato catastrófico. A propósito del Día de la Independencia del año 1973, escribía Luis Calvo, de ABC, probablemente sensibilizado por hechos inmediatos: «Las dos ramas que forman, con la presidencia, el Gobierno de la nación, cambiarán las leyes constitucionales, pero no devolverán a la nación la rigidez de costumbres y de principios morales manuscritos en la Declaración de Independencia del 4 de Julio de 1776... La Declaración, en su original escritura, 223

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz