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significativos hasta el punto de parecer leyendas en las catástrofes gloriosas de los hombres. La bandera de Betsy Ross, crecida de trece estrellas a cin– cuenta ahora, sigue siendo esperanza y salutación para millones de almas, refugio y baluarte «del pensamiento libre», y retiene su actitud piadosa de situarse en los templos junto a los emblemas de la intimidad personal y co– lectiva con Dios. El 14 de Junio de 1777, en Filadelfia, el Congreso pasó la siguiente resolución: Se resuelve: Que la bandera de los trece Estados Unidos serán trece barras, alternando rojas y blancas. Que la Unión serán trece estrellas blancas en campo azul, representando una cons– telación nueva. Un poema anónimo de la época describe así el sentido de la bandera: Roja como el amanecer, cuando va a nacer el día relumbrante y claro: El blancor del lirio, húmedo por el roció de la noche. El azul del cielo, apacible cuando ninguna nube lo empaña. Las estrellas resplandecientes: todo ello en noble ofrenda. Este emblema será siempre el símbolo de la amada libertad. O como en otras palabras atribuídas a Jorge Washington: Tomamos las estrellas del cielo; el rojo de nuestra madre patria, dividiéndolo en franjas rojas, mostrando así que procedemos de ella; y franjas blancas, que pasarán a la posteridad representando a la libertad. Este año en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, igual que durante el mes de Mayo, se estremecen estrellas y barras ante las estatuas de María In– maculada, Patrona de Estados Unidos; la bandera de Dos Siglos se cuadra ante la Custodia. Una de las comisiones preparatorias del Congreso Eucarístico Interna– cional de Filadelfia proporcionaba a quien lo solicitase, una modesta película de quince minutos de duración. Su título era el tema total del Con– greso: «Las hambres de la Familia Humana». El filme intenta sencillamente levantar el interés espiritual y moral por el acontecimiento sacro, sin 220

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