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de sus cuadros mereció la voga de éste, que captó la imaginación de América como portador de un mensaje para siempre a los Americanos, y como representación del Espíritu del 76. Este espíritu se sigue apoyando en el énfasis del tríptico de la Declaración: el derecho a la vida, a la libertad y a la consecución de la felicidad - bienventurado principio, tan utópico como necesario - que obligó a Jean Crevecoeur a manifestar que el americano es un «hombre nuevo». Los elementos de tal espíritu fueron algo más que patriotismo. Lo inspiraban en gran parte, el honor, el romance, y eso que expresa la bella palabra inglesa hardheadedness colonial, algo así como la bravura in– domable, reciedumbre de los tiempos de la colonia y su revolución, en el que las mujeres desempañaron papeles muy activos. El cortejar y el batallar también alternaban en los campos, los salones y refugios y hogares. Un oficial británico describe la deliciosa costumbre americana del «bundling» (manojo, envoltorio). En carta de un soldado británico, rendido de fatiga, se describe la efectividad de las mujeres americanas en el esfuerzo de la guerra: ,<si los 'redcoats', los casacas rojas -nombre de los soldados por el color de uniforme-, estaban dispuestos a terminar con todos los hombres en Norteamérica, -el soldado escribe- nosotros tenemos bastante con conquistar las mujeres». Ellas podrían repetir la proclama e increpación de Patrick Henry: Nuestros hermanos están en el campo de batalla. ¿Por qué vamos a quedarnos aquí ociosas? ¿Qué es lo que desean los caballeros? ¿Qué es lo que harían? ¿Es la vida tan amada y la paz tan dulce como para pagarlas con cadenas y esclavitud? ¡Dios no lo permita! No sé lo que harán los demás; pero en cuanto a mí, ¡Dadme la libertad o dadme la muerte! Por lo pronto, ellas fueron las promotoras del famoso boicot contra el té, monopolizado por los británicos. Era el símbolo de sus buenas maneras, de la alta sociedad y de su imperio. Las damas norteamericanas prefirieron la libertad revolucionaria al te colonialista y ritual. La libertad, ese «nom– bre amado ... >>. Suelen coincidir los americanos en que las palabras más resaltables de su Declaración merecen ser estas: Para el mantenimiento de esta Declaración, firmemente unidos en la protección de la Divina Providencia, empeñamos nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor. Y quieren que se tenga en cuenta que los hombres que firmaron estas palabras impresionantes «no fueron gente pobre o piratas tuertos, locos, malmirados. Fueron hombres de medios, importantes. La mayoría de ellos ricos, que podían llevar vidas personales fáciles, cómodas y hasta lujosas». 218
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