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la patria. Es la primera vez que se examina la estructura metálica de la Cam– pana. Se ha comprobado que la famosa grieta -hay otra, según este exa– men- es sólo uno de sus defectos. Ocurrió el 8 de Julio de 1835 cuando la campana dobló en la muerte del Jefe de Justicia, John Marshall. Ahora se trataba de comprobar si, a pesar de sus achaques, la Campana resistiría el traslado que se proyectaba desde el Independence Hall a un nuevo sitio de exhibición centenaria. El dictamen ha sido que puede trasladarse sin grave riesgo. Sus otras imperfecciones son contracción, porosidad y puntos débiles que se producen al extenderse y enfriarse el metal. Esto parece que era común en las fundiciones de aquellos años, por el 1750, cuando los cuidadanos de Filadelfia pagaron trescientos dólares a la Fundición de Campanas Whitechapel de Londres. Después de haber sido radiofotografiado el noventa y cinco por ciento de su masa, el técnico Modes ha dictaminado que la valetudinaria Campana no corre peligro de desmoronarse. Ha dicho: Se parece bastante a lo que uno encontraría en un rastro. Como pieza comerical es de poco valor, y científicamente hablando, es una chatarra. De ahí arranca su esplendar. Nixon tuvo la ilusión de que sonara en el jubileo siendo él presidente, como normalmente le correspondía. Pero tuvo que quedarse en Watergate, como Moisés en el monte Nebo, ante la Tierra de Promisión. Nos dejó sus sueños. Hay sueños y cosas que rebasan al hom– bre, como esta achacosa Campana de la Libertad, de 2,080 libras que sigue pregonando la inscripción bíblica de su metal: Proclamad la libertad a través de toda la tierra a todos sus habitantes. Nixon, como la haría cualquier americano de esa mayoría silenciosa y amplísima que él tanto valoraba y necesitaba, habló de la paz mundial como primer objectivo, paz incluso espiritual en las inmediates generaciones, lograda en virtud de la misión rectora de los Estados Unidos, tras la guerra de Vietnam o de cualquiera de sus «cuatro guerras en lo que va de siglo», no para conquistar territorios ni para someter pueblo alguno, sino para defender la libertad de otros pueblos contra cualquier forma de tiranía. Se confirmaría el espíritu de la afirmación de Jefferson en 1776 de que «los Estados Unidos no se debían solo a sí mismo sino también a toda la humanidad». Ello comporta fe en sí mismos porque tenían riquezas espirituales «aunque no las tuvieran, en 1776, materiales; y aunque se mur– mure que Norteamérica es «ahora poderosa en armamentos y rica en bienes materiales, pero débil en su espíritu». Abundan los motivos para sentirse orgullosos y muy pocos para sentirse avergonzados. Hay incontables razones para la esperanza y librarse de las arenas movedizas de la duda y del 216

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