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El entonces Presidente, Richard M. Nixon, desde su residencia de Cayo Vizcaíno, Florida, hablaba por radio a sus conciudadanos sobre el in– minente Bicentenario de la nación y exponía: Su celebración ofrece oportunidad única para la actualización de los valores americanos, así como para la afirmación realística de nuestra fuerza y de nuestro poderío como pueblo libre. Los americanos tendrán sus desacuerdos y sus crisis. Pero en nuestras leyes, en nuestros ideales y en el carácter del pueblo americano, conservamos la clave de cuantos problemas confron– tamos. Si hombres y mujeres trabajamos juntos, como lo han hecho siempre los americanos en tiempos difíciles, prevalecerá lo mejor que hay en nosotros y en nuestro sistema. La celebración no ha de ser simplemente un acto oficial que se archiva, sino una reacción en cadena de miles de celebraciones individuales planificadas y realizadas por los ciudadanos en todos los rin– cones de América. Su éxito se medirá por el número de gentes que participen en ellas. Sin coincidencia buscada adrede, el primer número del año 1965 de la revista TIME, bajo la figura de Cristo Crucificado, en aparente incongruen– cia con el tiempo de Navidad, resaltaba sus pensamientos en negrita: Ha nacido El. Ese Hombre puede vivir en paz. Nuestra sociedad es una sociedad compleja. Aún así, declaramos nuestra suerte de vivir en este tiempo. Ningun otra generación ha tenido el coraje para definir sus limitaciones y enfrentarse con ellas. La humanidad ha reconocido las iniquidades de nuestra sociedad y busca nuevos rumbos. Las naciones fuertes han reconocido que nuestra supervivencia depende de un mundo en paz. Desde sus principios, ninguna generación ha establecido entrada más brillante. Con la ayuda de Dios, hemos de encontrar un camino nuevo. Cristo dijo: «No juzguéis y no seréis juzagados». A la luz de estas palabras, ¿es nuestro estilo destruir lo que es bueno para encumbrar lo que es malo? ¿Va a ser nuestro proceder el simple desahogo de una revolución emocional que encuentra casi siem– pre inocente a la víctima y nunca al vencedor? Debiéramos tener un corazón renovado, un corazón como de recién nacido. No tenemos más que preguntarnos: ¿Somos de verdad dignos de desear paz en la tierra, buena voluntad hacia todos los hombres, y estamos dispuestos a darnos en sacrificio personal para que el hombre viva en paz y con dignidad? Con la ayuda de Dios Todopoderoso, cada uno de nosotros encontrará la respuesta. (Conrad N. Hilton y Barron Hilton) 211

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