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violenta, gritan colores y gestos. En medio del tumulto, luce la pulcritud que triunfa del dolor. Y todas las imágenes son las de cualquier hombre o mujer, como Cristo de todos y de cada uno. ¿Dónde está lo sobrenatural? En el hombre, en su silencio y en el amor. Su entrega, su adoración, su plegaria son parte de ese silencio, como el canto del ruiseñor es parte del silencio de la noche. Así somos aspecto de Cristo, del Verbo. Nada como la plegaria y la eucaristía, especialmente en común, nos dan esta doble realidad: la de nuestra unicidad personal; y la de la afinidad de expresión de seres que se acercan, están todos y cada uno, en la estructura del amor eterno e infinito: Dios. Quedan para la historia el desvío atónito y cobarde de algunos discípulos ante el oprobio de la cruz. Terminó el afán de los Apóstoles en los asuntos inmediatos. Tienen sus pies lavados, reciente el recuerdo del triunfo de las Palmas. Jesús está ya solo para todos. Comienza siempre el diálogo con Cristo, la convivencia, mientras adoramos su CRUCIFIXION y gozamos su Viernes Santo de Redención, de silencio, de entrega a nosotros y por nosotros. ¿Acaso nuestro corazón no se abrasaba de verdad, de fuerza, de luz, de valor y de amor mientras El compartía y partía el pan con nosotros y cuan– do nos explicaba de camino las Escrituras? (Luc. 24:32) VERBO, JESUS, PALABRA Y EUCARISTIA, y entre las sílabas de estas palabras, mientras peregrinamos, la CRUZ. No se tardará demasiado la hora en que «el Espíritu y la Esposa se digan: VEN». (Apoc. 22, 17) Los cómicos locos de Godspell, cantaban: A diario, querido Señor, tres cosas pido: verte más claramente, amarte con mayor amor y seguirte cada vez más cerca. 205
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