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202 la inocencia, el bienaventurado amor. Quizás no lo comprendan querubes de los cielos ni tierras de otras galaxias: aunque mujeres y hombres, te entendemos criaturas de amor. Vemos, Jesús, que ¡valemos la pena! Poesía, cantar para cantares, baja del cielo: te inspira nuestro Cristo. Míralo entre las fábricas trigales Galileos de un evangelio de humos y átomos. Y que Jesús te preste sus cien mil nombres Tantos como las humanidades, que traemos del vientre de nuestras madres. Más que los filmes de Hollywood, historias de amor de nuestra tierra. Es Príncipe y Primicia de Dios y de hermosura. Es inefable. Todo es decible de El, siendo bello. A Belén viniste y estrenaste balbuceo. Más tarde, de hombre, hiciste de Jerusalén poema eterno. En playas y columnatas de Cafarnaúm, invitabas: ¡Seguidme! a la montaña, a las ocho colinas. De Getsemaní al Calvario dijiste más: «¡Seguidme! ¡Amad! y ¡Bebed mi cáliz! Vida tuya, tan lejana y dentro de nosotros, Vida antigua y nueva, Jesús sigue eterno en mi ser, Dueño del tiempo, tal como eres para Ti, Nazareno de Hoy. Nazareno Yanqui. Susurro del Padre y sesgo de paloma, Te bautizaron en aguas del Jordán. Dios amaba la especie corporal; decía: «Este es mi Hijo Amado» Y sonreía. En silencio llegaste, Amor total, a pasos de Dios y párpado de esposo, gloria de los saludos en cualquier calle, rumor de lejos y de cerca, en la sombra. Nocturno Corazón, en mi cancela, ¿por qué tiemblas?
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