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misticismo seria convertirse, como Francisco de Asis, en «otro Cristo». Desde luego, la teología contemporánea, por el humanismo con que ac– tualmente se manifiesta, cumple uno de sus más meritorios oficios: poner de relieve la historia doméstica de la Encarnación del Verbo. Vivimos coyun– tura propicia para el esplendor humano de Cristo: el realismo evangélico, del niño, del adolescente, del joven y adulto, del hijo de Nazaret, radicado en ese pueblo de donde sus padres se dirigieron a empadronarse a Belén, sin dejar desde entonces de actuar como Dios Verbo en la estirpe de Adán y Eva. Duquoc arroja nueva luz sobre las relaciones entre Jesús de Nazareth y Cristo, entre éste y la Iglesia, y entre Cristo y Dios. En lugar de abordar a Jesús desde su divinidad trascendente, parte de su humanidad, de cómo se mostró a sus contemporáneos y cómo puede ser accesible a los hombres de hoy, aún los no creyentes. Evidentemente, no es que se vele su divinidad en su redención permanente. En todo caso, Jesús solo es sencillo cuando se le acepta, piensa y ama como Hombre Dios. O, según puntualiza Ernst Kasemann, profesor de Teología en la Facultad protestante de Tubinga: Jesucristo Glorioso es el único acceso al Cristianismo. En la bús– queda del Jesús histórico -diríamos mejor reencuentro- nos encontramos con aquel Nazareno que ya en vida, pero mucho más después de su muerte, atrajo casi mágicamente sobre sí leyendas y motivos míticos, y que pertenecía a un movimiento apocalíptico que ha de ser considerado en el contexto de la rebelión judía contra la dominación romana y de la lucha de los partidos de su pueblo. Una vez más el pensamiento occidental germina en la cuenca del Rin o del Sena, europeos, para florecer en la imaginación y en los planos y urbes yanquis. Poesía, música y dramatización contemplan y siguen al Nazareno. Este, desde su encanto inaudito del Angelus a su Madre y la paz a los hom– bres en Belén, más el drama de su Pasión, sigue Resucitado, Verbo, Carne, en el campo del acoplamiento de la «civitas Dei» y de la «civitas terrena» hasta hacerlas UNA. Las representaciones yanquis de la figura de Jesús, que tanta boga alcanzaron en los medios de comunicación social y especialmente en el mun– do del disco y del teatro, tales como «Jesus Superstarn y «Godspell», vienen a ser figuraciones del Nazareno Contemporáneo adobadas con las frescas intemperancias juveniles de los hippies y sus reliquias generacionales. Son a modo de cantares, escenas de juglaría y romance, de fuerza lírica, dramática, rítmica y figurativa que forzosamente tenían que alzarse al teatro, al disco y a la calle, con una cierta libertad evangélica y nazarena franciscana. Teólogos y profesionales del cristianismo no fueron los últimos en deleitarse con el aire osado y vivaz de este «teatro religioso». Hubo místicos devotos y poetas que se enfervorizaron. Esta actitud, sin embargo, no es accessible ni cómoda para todos los cristianos. Los más estrictos con- 196

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