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debieran hacer nunca otra cosa. Mantuvieron así en cierto grado popular y doméstico la piedad y la difusión de la Historia Sagrada. Por admitido, apenas se planteaban el tema perenne de la relación «Dios Cristo,» que desvela hoy tan vastos horizontes. Quedaban eludidos, como verdades de «arcano,» las ideas actuales de que «frente a la objetividad de un Dios abstracto, la aparición de un Dios concreto y humano significa una revolución transcendental, de lo cual se deduce una antinomia entre Dios y Cristo, entre el Padre y el Hijo.» EL cristianismo católico relativamente culto y pensador de Europa suele encontrar interesantes y conflictivas tales aseveraciones. El cristianismo yanqui, protestante o católico, en cambio, pasa ante ellas con la sencillez desplegada de sus prácticas mentales y positivas de su seguimiento de Cristo. No ve por qué recurre a una an– tinomia, en vez de a una más explícita revelación y manifestación del Unitrino Dios cristiano. Dios, por otra parte, no es un ser abstracto pro– piamente. El cristiano lo concibe siempre personal, concreto, tanto en el orden teológico y especulativo como en el otro extremo de la metafórico y lo popular. Siendo Dios concreto y personal, no debe ser difícil reconocer sus rasgos en los rostros de su Cristo Jesús, que pueden responder a conceptos, imágenes, ideologías y preferencias morales y estéticas de tiempo y lugar. Cada rostro de Cristo es presenciado de modo diferente, al menos en inten– sidad, por cada cristiano, en este caso el americano y el europeo. Esa misma diferencia de percepción se verifican con relación a la Iglesia. En la fiesta de la Epifanía, el libro semioficial Oración cristiana: Liturgia de las Horas, dispuesta para sacerdotes y laicos, como el anterior Breviario, se reitera el responsorio: «Todas las naciones serán bendecidas en El, hombres y mujeres de cualquier raza.» Y se pide al Padre: «Ayuda a los que no conocen a Dios para que busquen tu presencia en las sombras y pro– yecciones de la mente humana. Hazlos nuevas personas en la Luz de Cristo.» Proyecciones y sombras que se manifiestan en movimientos, ideologías, modas temporales, pero significativas, capaces de convulsionar a determinadas generaciones, y que nacen en países que poseen entonces alguna suerte de hegemonía. Tal es el caso, ahora, de los Estados Unidos de Norteamérica, con sus rostros de cristiandad. TALANTE CONSTANTINIANO Una de las ideas más difundidas y comentadas durante el Vaticano II y en su inmediata década ha sido la de que la Iglesia debía desprenderse de las características de la época católica cristiana impuestas en tiempo de Con– stantino el Grande. Quizá sea en Europa donde esta apreciación ha tenido más boga. Su suerte alcanzó el ámbito de la prensa, periódicos y revistas religiosos de tipo medio. Para el cristiano norteamericano, tanto pro– testante como católico, de Estados Unidos el eco de tales reclamaciones no ha sido tomado en cuenta. Más bien las ha considerado extemporáneas y 191

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