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bastantes nuevos buscadores del oro oriental del misticismo, sin desentenderse de las formas tradicionales calvinistas, luteranas, cuáqueras y mormónicas, son razones, entre otras, que justifican la identidad multiforme de su cristianismo. Estas fes y cultos varios y la dulcedumbre de lo «inspiracional,» tan enraizado en el sentimiento americano, así como su juvenil avidez por el arte, siguen acercando almas al Redentor Jesús. Entre piedad y estética, el sensible al arte ante las obras de gran belleza se detiene, queda en silencio, esperando que la obra en sí le hable. Lo mismo nos pasa ante las representa– ciones estéticas de Cristo, singularmente las del Crucifijo o cualquiera estación del Viacrucis. Estas nos hablan dramáticamente en todos los tonos: el más generalizado había de ser el de sobresalto, compasión, pena, dulce misterio, plenitud consoladora por su valor redentor. La acerba humanidad escucha con cierto asombro este poema himno de Villard Wattles, 1918, Camaradería de la Cruz, dedicado a la juventud: No puede pensar ni razonar, Sólo sé que él vino con mano y pies de salud, y corazón inflamado. Sus ojos se velaron y enternecieron ante las cosas que contempló. En su cantar sostenido leí la marcha de la ley. Sólo sé que él me ama, vela por mi y me protege: ¡Qué fuerte es su corazón, qué seguras sus manos! El Hombre, el Cristo, el soldado, el que desde su cruz de martirio grita a los compañeros que mueren: «¡Muchachos, nos encontraremos de nuevo!» ROSTROS DE CRISTO Proclamaba Pablo VI, en la Semana Santa de 1977, que «cada hombre está implicado en la economía de salvación, y debe elegir el modo de par– ticipar en la Pascua de Cristo.» No se puede eludir ni agotar el alcance de la presencia, de la acción y del proyecto de Dios-Hombre en cualquier ser del Universo, del orbe por el que especialmente se ha pronunciado. El cine de Franco Zeffirelli vuelve a la figura tradicional evangélica de Cristo, como el de las viejas películas americanas: El signo de la Cruz, La Túnica sagrada, Rey de reyes, Las sandalias del pescador, que magnificaron las estampas de la catequesis y de las escuelas dominicales. Tal vez no 190
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