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dad yanqui se sobresalta y excita al mundo con sus aires de aquelarre, de orgías puritanas de Salem, fascinación asesina de Manson y sus diaconisas o inmolaciones pseudorituales de la Guayana. «A tanto dolor pudo persuadir la religión,» según dijo el clásico Lucrecio. Más exacto es hablar de superstición. Fenómenos, auténticos o no, de espiritismo y satanismo son noticia y exhibición en los Estados Unidos. ¿Es ello un resultado vicioso del modo de vivir americano, según responsabilizaba la prensa rusa a propósito de los sucesos de la Guayana? ¿Acaso es contrapartida de la tolerancia y libertad cultuales estadounidenses y asunto privado de tantos grupos donde las autoridades no tienen que intervenir, como replicaba el sefior Carter en conferencia de prensa? ¿O simplemente alienación individual o colectiva de utopías frustradas, según dictaminaban expertos? De cualquier modo son temas dignos de ponderación, que nos recuerdan que la religión y la libertad bien entendidas conllevan en sí el remedio de sus desviaciones. Descansemos de nuestras furias en la quieta contemplación de la ima– gen de Cristo, hasta ver lo más sobrenatural en la floración de los colores y las formas y los rostros y presencias humanos de cada día. Con su punto de exageración y entusiasmo, nos decía Santa Teresa: Doquiera que veo la imagen del Sefior, la reverencio, aunque fuera pintada por el mismo demonio, pues él es gran pintor y lo que hace puede ser para nuestro bien, aunque su intención, para asustar y hacer dafio. Si veo una hermosa pintura, aunque me digan que la ha hecho un mal hombre, no por eso la desestimo, ni disminuye la devoción. Lo bueno y lo malo no está en lo que se ve, sino en el que ve, sin aprovecharse humildemente de ello. En este fundamento de verdad se asienta nuestra devoción, y también la piedad y belleza de estas definiciones cordiales de Miguel Angel: «Pintar y esculpir es nada, corazón mío. Lo que permanece y vale es el quedarse vuelto hacia este Celestial Amo, quien, para darnos la bienvenida, abre sus brazos en la forma y realidad de la Cruz.» Cristo no es sólo el Crucificado, es la misma Cruz en vida y formas de Dios hecho Hombre, Redentor. Cristo es de nuestra madera. Variedad de razas y talentos; múltiples tipos que profesan y en lo posible se igualan en oportunidades de vivir innumerables colores y líneas de su propia identidad cristiana; la abundancia. de una cultura y civilización que, hoy por hoy, tiene representatividad marcada y resonante en la comunidad global; el «privilegio» norteamericano, según el Presidente de la Gran Recesión del veintinueve, Hoover, de «dar culto a Dios en todas sus formas»; la manipulación de los medios de divulgación presente en un coro incesante de información y de himnología; el estado «psíquico» y la carga y plétora de vibraciones espirituales, magnéticas y telúricas, que se atribuyen a ciertos Estados de la Unión, de California: las nostalgias «irracionales y con– traculturales» de la ciencia y de las juventudes universitarias que impulsan a 189
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