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SUPERESTRELLA En una comunidad como la americana de dos centenares y medio de millones de individuos, cuya inmensa mayoría son protestantes, judíos o católicos y los restantes están de alguna manera insertos en la misma cultura, no es nada extraordinario el que Cristo sea centro de interés in– conmensurable. Hay posibilidades inagotables de aceptar y vivir la palabra, el estilo y los gestos del Hijo del Hombre, Hijo de Dios. Tiene que resultar un humanismo tan dramático como exultante, profundo y social incor– porado a la seriedad de ser hombre o mujer y apto para captar las super– ficies más reveladoras del rostro humano. La figura de Jesús emerge en teatro por intimidad y por velo de Verónica. Si a esto añadimos la explosión significadora de los medios de comu– nicación, que emulan y moldean artes y culturas de otros tiempos, y aspiran a mostrarnos todo por el sonido, el color, la luz y la presencia, era previsible el asalto al espectáculo de la biografía de Dios, Jesucristo, em– parentado y visible en nuestra comunidad planetaria. El hecho de la Encar– nación de Dios en el mundo es el hecho más importante y especializado de la creación, y desde luego para protestantes, católicos y judíos, en alguna medida, todo se verifica en torno a estas palabras de San Juan: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.» (1, 14) La realidad es que el interés por obras como Jesus Superstar, Godspell y otras de la misma índole, se difunden desde Estados Unidos por el mundo entre multitudes mayoritariamente jóvenes de las nuevas generaciones, tocadas por luminoso atractivo. Cristo es recibido novedosamente. El Rvdo. Ray Steman, predicador y promotor del movimiento «Body-Life Ser– vice,» cuyo fundamento es el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, entiende así esta interacción: hombres de hoy y Cristo: El programa divino para conquistar y cambiar un mundo roto ha implicado siempre la Encarnación. Cuando Dios decidió visitar la tierra para demostrar a la humanidad la nueva forma de vida que le ofrecía, lo hizo encarnándose El mismo. Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesucristo es esa encarnación de Dios. Dios en carne humana, mostrándose entre los hombres. Pero esto fue sólo el principio del proceso de la Encarnación. Cometeríamos un error si pensáramos que la Encarnación ter– minó con la vida terrena de Jesús. La Encarnación está en mar– cha. La vida de Jesús sigue manifestándose entre los hombres no a través de un cuerpo, individual y físico, limitado a un sitio en la tierra, sino a través de un cuerpo complejo, colectivo, unido, llamado Iglesia. La poesía y el arte tienen el humilde privilegio de, osadamente y sin mayor pretensión, jugar y familiarizarse con las palabras dogmáticas, las 186
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