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con los hombres, y acepta, en consecuencia, que «Jesús sigue permanecien– do como modelo de vida, y hacia El tiende toda manifestación de vida humana.» Más aún: el conocimiento del hombre-ese desconocido-no se logra sino «por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Y lo sabemos en la fe.» (E. Schillebeecks, Dios futuro del hombre, 1970) Abundan hoy las prospecciones religiosas sobre el futuro, lo escatológico, en esas per– sonificaciones de protagonistas novelados; y tales son precisamente la tendencia y el reajuste que la teología y la liturgia resaltan en su lanzamiento al porvenir realizándose ya. «La vida, muerte y resurrección de Jesucristo es la seguridad de que, en nuestro compromiso de fe y por medio de nuestro compromiso de fe, y a pesar de todos los fracasos, el futuro se puede y se ha de realizar de hecho.» (Obra c., pág. 87) El cristianismo implica esencialmente la vida del «más allá.» «Este cris– tianismo escatológico considera a Cristo no sólo como cabeza de la Iglesia, sino de manera más universal, como aquel a quien se ha dado el señorío sobre todo el mundo. En Cristo los cristianos no están sometidos ya a un mundo dominado por demonios, sino que ellos mismos se han convertido en señores del mundo: a ellos les pertenece todo, porque ellos pertenecen a Cristo.» (pág. 109) «En Cristo se puede ahora decir 'amén' a lo secular que puede realizarse como culto, porque desde que Jesús se ha manifestado, habita en la- tierra la plenitud de Dios. La fe confirma que la vida humana en el mundo tiene sentido, y que vale la pena vivirla. Y todo esto, gracias a Jesús el Cristo.» (pág. 110) Naturalmente que todas estas previsiones tienen su alternativa. Pero son, desde luego, algunos postulados de las teologías de la secularidad, de la liberación y del optimismo litúrgico resurrecionalista. Los temas que brotan de tales postulados son de dimensiones acaso discutibles, pero siempre in– citantes para pensadores religiosos; y, por supuesto, ofrecen perspectivas ciertas y vívidas para escritores, artistas y manipuladores de los medios de comunicación social, así como para la prevista nueva devoción. Por otra parte nada proclaman tanto los teólogos y liturgistas como la necesidad de nuevas imágenes, fórmulas y nombres que respondan mejor a los requerimientos de la actual cultura y nueva mentalidad. la cristiandad a la que pertenecemos confronta el singular desafío que se proyecta al futuro con optimismo y rudeza. Los novelistas y poetas suelen saber decir las cosas. «La cristiandad sin júbilo no es cristiandad» (Faulkner). Y peregrinamos «hacia una cristiandad resucitada» (Steinbeck). Es la hora de desafinar incluso, pero de repetir sobre todo la antigua y juvenil consigna: «¡Dios es mi canción!» ¿Lirismo? Claro que sí; porque lirismo es el fervor de vivir, de creer y de amar. Porque el desafio sigue brotando, no sólo de la sociedad y del in– dividuo humanos, sino de su más profunda energía, que se llama Jesucristo. 185
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