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artes y también en esa mezcla de plebeyez y espiritualidad agresivas de que es capaz el ser humano. Razón de más para que al mismo tiempo que se denuncia «la muerte de Dios,» Cristo esté dondequiera, donde persista o asome un temblor humano, una desesperanza o un furor de cuerpos y almas. De aquí el hecho de que en la literatura, particularmente en la novelística, cabrillean fulgores y aspectos disparatados, discutibles, de Cristo; pero expresivos de alguna realidad sorprendente en la configuración del Hombre Dios, y simplemente del hombre, con el que El se fundió en la misma naturaleza fraterna. Estas maneras de contemplar a Cristo, divergentes de las posiciones cultuales acostumbradas de sus fieles más fer– vorosos y exactos, son obvias en una sociedad y una individualidad como las yanquis, además de tan heterogéneas, tan abiertas al más vago vislumbre de religión, establecida o no. Bien se echarán de ver el riesgo, lo banal, en apariencia, y hasta lo arbitrario para algunos, de tales puntos de vista. Pero lo cierto es que «el hombre cualquiera» y el Hijo del Hombre, Cristo Jesús, no pueden recíprocamente eludirse. Más bien se necesitan y se enriquecen. El 1926 publicaba Edwin M. Mosley su libro Pseudonyms of Christ in the Modern Novel, en el que estudiaba los diversos «Cristos» que se velaban en los diferentes protagonistas de la novela contemporánea principalmente la anglosajona, con clave o sin clave. Es obvio que no está en discusión, ni tampoco a salvo, la integra personalidad de Cristo. Son tipos de hombres que expresan parcialmente e imperfectamente a Cristo; pero le afirman. Más bien son confrontaciones, a las que inagotablemente se prestan la humildad y el esplendor de Cristo en la teología, en la ascética y en la mística. Lucen atisbos en cuyo trasfondo se columbra la realidad divina. De esa divinidad irrenunciable y necesaria de Cristo es de donde refluyen las humanidades y las paráfrasis que hoy más que nunca se internan en las dimensiones sociales y comunitarias de nuestra época. Cristo, pues, según Mosley, es percibido en esos protagonistas novelescos, en los correspondientes capítulos de su obra, como el Héroe Trágico, la Muerte en la Vida y la Vida en la Muerte, el Hijo Arquetipo, el Artista y el Amante, la Juventud Maldita, el Oriente Perdido, el Animal Propiciatorio, el Avatar, el Hermano del Hombre, la Variante Marxista, el Anticristo Existencialista, el Antiguo Campeón, y el Caballero del Santo Grial. Con mencionar estas denominaciones se echan de ver temas y paradigmas del hombre, quizá ahora más intensos que en tiempo de la publicación del libro, y que se hallan en pleno tratamiento por teólogos, y sociólogos posconciliares y ecuménicos. La hermenéutica viejo-testamentaria y la pastoral de más impacto, jun– to con las tendencias teológicas actuales, parecen patrocinar y promover estas expresiones de Cristo, que, por otra parte, son tan caras y ex– ploratorias para literatos, místicos y humanistas. La teología social carga el acento sobre la verificación del amor de Dios en la entrega a la solidaridad 184

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