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Pero hay Alguien que se nos sigue aproximando, como los astros que tienen horas en que se hacen más visibles y cercanos con sus enigmas de luz y seducción. Ese Alguien es Dios mismo. Los teólogos, reporteros moder– nos y muy sensibles afortunadamente del pulso de la calle, se han echado a ésta y han encontrado que, hasta en el foro público, Dios sigue siendo. Esto puede parecer ingenuo, contradictorio y paradójico precisamente ahora cuando tantos ecos hay de «la muerte de Dios.» Dios es «contestado.» La Academia de la Lengua, obviamente purista, tiene recibida la palabra «contestación» en esta acepción· de «alteración y disputa.» Es entonces licito decir que Dios es «contestado» en cuanto que es objeto de discusión, de disensiones mentales, de controversias y de parado– jas. Pero ni siquiera nos hace falta referirnos ahora a esas posiciones doc– trinales y polémicas. Nos basta con observar que Dios es contestado, sen– cillamente porque es tema de reflexión y de publicidad y, en consecuencia, de consideraciones inteligentes, que, no por apasionadas, dejan de ser deleitosas. Irónicamente los ateos absolutos no «contestan» a Dios. Lo hacen los estudiosos y los enamorados de El. Naturalmente subsisten las dificultades y objecciones frente a la esencia y existencia de Dios, frente a su identidad. Posiblemente los reparos que hoy se repiten y aducen, con cierto aire de descubrir mediterráneos, no superan ni en novedad ni en oporfunidad a las más antiguas posiciones ateas. Lo típico de ahora es que Dios es contestado social, familiar y colo– quialmente. Esa actitud ha sido realizada por los medios de comunicación social. De ahí que esta contestación sea presencia, divulgación de Dios. El Papa Pablo VI resolvió, en su viaje a Oriente, el conflicto, en cierto aspecto, protocolario, de orar con musulmanes y bonzos budistas. La agen– cia nos dice que el Papa «simplemente se abstiene de hacerlo,» el orar. Casi estar seguros de que el Papa, jefe de la cristiandad católica no sólo durante su viaje a Oriente, sino todos los días ora con todos los hombres en el ecumenismo de la adoración a Dios. Y tiene que ser muy importante lo que entonces piense su Santidad. Con los protestantes la cuestión es clara y bíblica. Todos rezan vocalmente al Padrenuestro. Ante las demás religiones asiáticas, se sugirió una oración conjunta. De todas maneras, el medio de comunicación social nos testifica que «el Santo Padre pidió a todos que observasen medio minuto de silencio, y así se hizo.» Este era ya un denominador común: el silencio racional, haciendo las veces, o siendo otra «fórmula» de oración. En la «Universitas pro Deo de Roma», a cuyas clases acudían alumnos de todos los confines y religiones del mundo, se dedicaba, al principio de cada lección, un minuto de silencio como actitud ante Dios. Otra vez el silencio, ese jardín solitario del pensamiento. El Obispo belga Mons. Smedt discurría sobre las vías de acceso a Dios, caminos tan variados como las dimensiones del vivir humano: la vida de relación, el amor y la felicidad; la indagación dialéctica; a veces, la riqueza indefinida de la sociedad, de la insatisfacción y de la nostalgia de lo infinito; el ensueño y el desensueño; la desesperanza; el sufrimiento y la tristeza; en 176
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