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desconfían de los organismos y procedimientos dialécticos que detentan lo divino, pues sospechan que ninguno del ellos da un informe totalmente satisfactorio. En realidad son agnósticos sobre los temas religiosos. Muchos prácticamente se adhieren al significado de la frase atribuida a Tennyson: «Se encierra más fe en una duda leal que en muchos credos a medias.» En su ateísmo dubitativo, no falta quien hace constar acerca de lo divino: «No lo pienso; pero lo creo.» Las influencias cristianas afloran con naturalidad. El profesor depor– tista recuerda el pensamiento «del más noble de los americanos,» Lincoln: «Me adheriré fervientemente a la iglesia que ponga sobre su altar corno distintivo práctico de sus miembros aquellas palabras del Salvador: 'Amarás al Señor con toda tu alma'.» Tampoco faltan las situaciones parecidas a la de los mismos apóstoles de Cristo en alguna ocasión: «Creo. ¡Ayuda mi incredulidad!» (Marcos, 9:24) Sin embargo, el ateo norteamericano se atiene racionalísticamente al pensamiento de Thomas Jefferson: «Somételo todo a la razón, porque, si hay un Dios, le ha de complacer más el homenaje de la razón que el temor ciego. Tu razón es el único oráculo que te ha dado el cielo.» En todo caso, el hecho es que «ese oráculo de la razón» es el que lealmente induce a inmen– sas mayorías a aceptar la racionabilidad y la fe religiosas. Las confidencias y comentarios terminan con el viaje. El señor americano se refiere a su posición particular: «Mi ateísmo privado es un coctel con algo de cada una de esas notas.» Sobre estos ateos planean las palabras del Vaticano II: La Iglesia reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo ... E invita cortésmente a los ateos a que consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo. (Gaudium et Spes, 21) Efectivamente en torno a estos «ateos desconfiados,» bulle un pueblo in– numerable y dinámico que normalmente adora y expresa a Dios en sus realidades y en sus símbolos: «Nosotros confiamos en Dios.» No hay que olvidar que el ateísmo es con frecuencia resultado y con– comitancia de la búsqueda de Dios, y como recuerda evangélica y agusti– nianamente Graham Green, «el que busca a Dios ya lo ha encontrado.» Robert Jastrow, uno de los científicos más conocidos y divulgados de astronomía, cree que la ciencia ha encontrado al Dios del Génesis en el espacio. No es el Dios de Miguel Angel, anciano vigoroso, de barba blanca, que extiende su mano para dar vida a Adán o que se disfraza en la zarza ar– diente y habla a Moisés. Más bien es el Dios de la Creación, tan poderoso que puede producir la energía necesaria para crear el universo. Los científicos tienen que enfrentarse con la teoría de que la creación del univer- 174

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