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A TEISMO EN USA Las ventitantas horas de autobús entre Nueva Orleans y Miami, desde la Luisiana a la Florida, pasando por los estados de Misisipi y Alabama, tan coloreados y luminosos, apenas son suficientes para las confidencias de un ateo nortaemericano a un sacerdote, compañero fortuito de ruta. El joven profesor, lo que diríamos un típico americano de anuncio para vestir bien, de poco más de treinta años, enseña disciplina humanística en una ciudad de California, aunque está graduado también en electrónica. Viene como deportista a Palm Beach, en la Florida, para practicar el «surf– ing. » Habla mucho y variado, y es ateo, según declaración espontánea y sin ningún ánimo de reto al ministro. Sus maletines rebosan de libros, que lee y muestra de vez en cuando: un comentario sobre pasajes bíblicos, dos tragedias griegas, en griego, y algún otro libro «inspiracional»; todos ellos plagados de notas marginales manuscritas. La conversación entre el sacer– dote y el viajero ateo va y viene, con evasiones, en torno a los ateos en Estados Unidos. Advierte el professor que los ateos se prestan poco a las estadísticas, además de que son fluidos los límites de sus definiciones. Si por ateos se en– tienden los individuos que no pertenecen a una confesión determinada, se calcula que en Estados Unidos hay sesenta millones, un 36 por ciento de la población total de doscientos venticinco millones. De ellos unos cinco millones pueden considerarse formalmente ateos, es decir, que niegan la existencia de Dios, o toda posibilidad-no sólo racional-de conocerlo. En este país, donde se dan varias religiones poderosas e influyentes y donde surgen de continuo fes, creencias y cultos, es difícil no estar en el espectro de alguna confesión determinada. Los ateos resultan siempre influidos y con– figurados, en su ateísmo, no sólo por el teismo circundante, sino también por alguna confesión concreta; y naturalmente se dan casos de ateos pro– testantes, católicos, judíos y demás. En estos casos, la religión es un clima social, una atmósfera inductiva, una cultura. El ateo norteamericano no es agresivo, gracias a sus consabidas democracia y libertad culturales. Tampoco se puede hablar de un ateísmo inoperante, al menos personal, sin relación ninguna con la práctica, porque no es propio del americano vivir sin «praxis.» La indiferencia respetuosa suele ser consecuencia obvia de su ateísmo. Por lo demás el ateo norteamericano, en virtud de su vitalismo, no es nunca persona a quien su actitud arreligiosa le lleva a no creer ni aceptar el sentido de la vida y su ética. Su ateísmo puede ser acerbo y frío; pero rara vez tragedia. Dentro del teísmo multiforme y abigarrado de sus conciudadanos, los ateos encuentran pretextos justificativos de su actitud: las rivalidades y cominerías de tantas congregaciones, los ritos formalisticos y muy elaborados, el «mal ejemplo» de «los fieles» que van a sus templos sin con– vicción ni consecuencia, lo cual consideran hipocresía, profanación, o falta de vigor. No faltan entre ellos quienes dicen, a su modo, creer en Dios; pero 173

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