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El viejo se quedó silencioso un rato. Luego dice: -Mire usted. No tengo otra cosa que hacer. Toda mi vida deseé llegar a esto. Ahora es demasiado tarde. Había comprado una casa. A mi mujer no le apetece que me quede en casa durante el día. Me vengo a pescar. todos los días. Al principio solía llevar mi pesca a casa. Al poco tiempo mi mujer me empezó a reprochar que la ponía en la obligación de cocinar lo que la llevaba. Detesto el sabor del pescado, el olor del pescado y el tufo de los pescadores. Por eso me pongo lo más apartado que puedo. A la vuelta le digo a mi mujer que no he pescado nada. Es lo más sencillo. No tiene que preparar el pescado, y yo no tengo que comerlo. -¿Por qué no se queda en su casa y se entretiene en algo? -Me gustaría. Pero una mujer no soporta un hombre el día entero a su alrededor. Me gustaría quedar en casa, ver televisión a lo bobo. La casa tiene aire acondicionado. Además me libraría de las quemaduras de este sol, que aquí quema hasta en la sombra con sus reflejos en el agua. Pero mi mu– jer se pone nerviosa si me quedo en casa. Me convence de que me conviene salir. Y salgo. Además, después de haber estado más de treinta años gimien– do por venir a la Florida con mi caña, no le puedo decir que odio pescar. Igual me da. -En resumen. A usted no le gusta pescar. Son las circunstancias las que le obligan a pescar diariamente. -Algo parecido a eso. Si a usted no le importa, ahora le voy a aceptar un cigarrillo. -¡No faltaba más! Era un viejo amable, de contextura muy fuerte y de ojos astutos, en aquel momento. El escritor se despedía: -Supongo que volverá usted a pescar aquí mañana, ¿eh? señor. -Espero que no pesque nada. -Gracias, ¡Se lo agradezco! El escritor se marchó pensando en los otros jubilados que había por allí. ¿Cuántos pescaban porque lo tenían que hacer y no porque les agradara? Ninguno pescaba por necesidad o por hambre. ¿A cuántos de estos pescadores, como el viejo con quien había hablado, les aburre o les disgusta pescar y no quieren admitirlo y rehusan confesárselo? El escritor recordaba cómo había conocido muchos hombres de mar. No eran pocos los que le habían confidenciado sus recelos a la vida, al trabajo y al ocio del mar. Cosa que habían hecho varonilmente toda su vida, por machismo o cosa parecida. Podría pensar el escritor también lo que es cierto: que muchos sueños se viven por eso mismo que fueron sueños y por vivirlos en la realidad con el tesón resignado y los ojos limpios y buenos del pescador de nada. A Dios le placen no raramente estas situaciones. 172

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