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cocina ni revistas seductoras de platos diferentes que le crearan a diario el complejo de lo distinta que era ella con relación a su respectiva abuela. De todas maneras, esta señora, después de desahogarse así en esta asunto de la lavadora y otros igual de caseros, ha ido a la rectoría a recoger los certificados de estudio de ocho años, y se ha encontrado con uno de los sacerdotes, graduado en sociología religiosa y doméstica, a quien suele referir sus cuitas. Este, más o menos, según referencia de ella, le ha comen– tado: Son gajes de la vida y resultado pasajero de tiempo y sitio en que nos ha tocado vivir. Vivimos en Estados Unidos, en plena inicia– ción de las exploraciones espaciales. Nuestra sociedad es la me– jor del mundo en cuanto a ingresos per cápita. Es perfecto el engranaje y el funcionamiento del ciclo de producción y con– sumo, aunque quizá un poco vivaz y desajustado a la capacidad de maniobra del individuo y de la familia. Pero todo es cuestión de esta década del setenta ahora. Ya se ven indicios de la era del bienestar, del ocio productivo gracias a máquinas electrónicas, de computadoras y de ordenadoras que nos harán pasar de la ac– tual restringida abundancia a la organización perfecta, a la educación universal y a la sociedad comunitaria. Y de ahí, a la verdadera hermandad y al mayor florecimiento del espíritu. Lo que a usted le ocurre, le pasa a todo el mundo. Ya ve lo que está aconteciendo en la Iglesia. Dios sigue rigiendo al hombre y su marcha por la historia ... La señora queda más sosegada. Tiene que acelerar la vuelta a casa, donde hace dos minutos un pitido y una luz roja indican alarma en el horno electrónico. No hay tiempo de detenerse en la iglesia para encender una lám– para a San Judas Tadeo, de devoción proverbial en Norteamérica. Hay que encomendarse a él para que vele por los «sueños» y las pesadillas de las má– quinas, y seguir dando gracias al Santo. EL PESCADOR DE NADA Entre el «sueño imposible,» el ingenio plasmado en la «máquina» y el supremo afán práctico del «dinero,» a todo yanqui le llega en algún momento la «tranquilidad» de no soñar en nada. Aun para realizar esta sueñ.o se requieren algunos dólares, al menos los de la jubiliación. Los hijos de este país, por eso mismo que están dispuestos a conseguirlo todo, se muestran satisfechos y serenos al comportarse como el siguiente «pescador de nada.» No debe extrañar que cualquier día se queden con la luna, tan 170
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