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Por entonces, se encontraban en esta línea de reacción patriótica religiosa muchos excombatientes y excautivos. Uno de los primeros devueltos, el capitán de navío Jererniah A. Denton, no podía ver a los pacifistas desertores o renuentes. ¿Cómo habían llegado al extremo de profanar la bandera, echar pin– tura roja y bolsas llenas de sangre de cerdo en los centros de reclutamiento y de la policía y emigrar a otras naciones, escarneciendo a su patria cuando ésta hacía la guerra para preservar la paz? El héroe clamaba con voz ronca a millones de telespectadores: Después de ocho años de prisión, estarnos orgullosos de haber tenido la oportunidad de haber servido a nuestro país y a nuestro Comandante en Jefe en circunstancias difíciles. Y ahora agradecernos a nuestro Comandante en Jefe, el Presidente Nix– on, y a nuestra Patria por este día: el del regreso y el recibimien– to. ¡Dios bendiga a América! El retorno de los prisioneros de la guerra del Vietnam constituyó un acontecimiento emotivo así como una serena lección la llegada de la paz sin turbulencias atronadoras. La pesadilla había pasado, pero no del todo sus consecuencias. De inmediato se podía apreciar en las gentes una especie de rubor por haber escandalizado a «naciones e ideologías» y porque la vic– toria no hubiera sido neta. O más bien era la quiebra de su sueño de poder y de benevolencia democrática. A pocos pueblos les disgustará tanto el que se les mitifique como a los yanquis. A la vez, éstos no comprenden cómo son admirados, no ya por su poder en cualquier campo, sino por su tendencia a la liberalidad, la beneficencia universal y su acogimiento a los prófugos del mundo. Piensan con fundamento que es justo que les complazca la gratitud y la amistad por la buena filantropía que derrochan. Lo que les alegra es que los que están en su América o con su América se sientan los más redondeados ciudadanos del mundo, benditos de la Providencia. El que no sea así les desconcierta. Necesitan reflexionar, que su desconcierto no debiera extrañarles hasta ese punto. No es tan fácil que los americanos no sean «comprendidos» por sus observadores de dentro y de fuera. Lo que más le hirió a los americanos en le época de los hippies fue contemplar el súbito desafecto de sus jóvenes hijos e hijas y su aparente desdén por su sociedad, por el mismo sueño americano. América se sintió «abandonada,» mal interpretada por una extraña juventud que parecía glorificar el fracaso. Si bien es cierto que los sueños se notan que lo son mejor que nunca en el fracaso parcial o rnomentaneo. EL AMA DE CASA, LOS «EXPERTOS» Y LA LAVADORA La concreción del sueño americano es la máquina. En ella confluyen la 167
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