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y física, a control remoto, es de tal seguridad y fatalidad que el hombre parece «pre-recorded.» Por otra parte, hay que afiadir el modesto anonimato de tantos creadores e ingenieros de los artefactos, así como tam– bién la actitud de rutina con que el espíritu humano ha encajado lo asom– broso. Ello hace pensar a algunos que se está configurando al hombre como un robot previa y mecánicamente computado, y que las conquistas del espacio son hechos científicos deshumanizados. Pero no hay miedo. Lo «humano» es insustituible en el hombre. Y los americanos lo saben. No hace falta recordar lo del «Apolo 13,» en el que el accidente desconcertante de la máquina fue superado, sobre la marcha, por el hombre en riesgo. Pero las más evidentes «humanidades» son las que ocurren en ocasiones súbitas. En el aparato de uno de los ya antiguos viajes cósmicos, sobrevino que «alguien de alguna manera» colocó en posición incorrecta un conmutador. Al ser maniobrado éste, el frágil y gracioso módulo lunar «Snoopy»-bello nombre canino del artefacto-comenzó a girar loco. El astronauta Eugene Cernan soltó una palabra fuerte. El espacio sidéreo la pudo oír en un radio de centenares de miles de kilómetros. Un pequefio error humano, y una ágil reacción-movimiento «primo primi»-reacción casi humorística, que dejaron perplejos a los técnicos y, sobre todo, a las delicadas computadoras de Houston, acababan de acontecer en las cercanías de la Luna. El hombre había llegado allí, en– tonces a unos diez kilómetros de la luna, y el detalle también fue que llegó estornudando. Sus humanidades, todas aquellas humanidades, que así las llamaba Fray Luis de Granada, y que, según éste, «traemos todos del vientre de nuestras madres» venían a verificarse en la Luna, y en esa acepción que hace constar la Academia, como «fragilidad o flaqueza propia del hombre.» Por otra parte, humanidad prepotente es también el mandar y coman– dar el carro lunar ruso desde gabinetes y calculadoras en la Tierra que jerar– quizan números, pensamientos, voluntad y acciones del hombre. De hecho, este hombre ha llegado a la Luna con su ciencia, con su coraje, con sus en– suefios y sus errores, con sus nostalgias de paisajes y hogares terrenos, con sus pasiones y sus prontos. ¡Gracias a Dios! Llegó, además, al borde del fracaso y corriendo riesgos y haciendo valer su elemental y soberana in– teligencia. Y también con su pequefia picardía: la de unos astronautas americanos que estampillaron varios sobres en la Luna para mercan– tilizarlos en la Tierra. En todo caso, tanto los periclitantes en el espacio como sus cuidadores desde la tierra y los informados de nuestro planeta for– mamos irreductible humanidad unida entre Luna y Tierra, en el cosmos, y nos sentimos hermanados con más vigor que nunca en técnica y oración universales. El presidente Nixon, en su euforia, bien comprensible en tales momen– tos, llegó a decir que la primera pisada del hombre sobre la Luna es el hecho más grande desde la creación del hombre. Los mismos periódicos americanos centraron esta proposición en sus dimensiones y advirtieron 158
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