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sucedieron hechos cruciales que no se pueden descubrir ni aprovechar sino por la historia. Corno dijo Pascal, «únicamente conociendo nuestra con– dición es corno podernos superarla.» Su actual tecnología inunda el presente, con el riesgo de nublar (;'] sentido de la historia y desvanecerlo. Confiesa un americano: Hemos llegado a creer que nuestro presente es siempre el clímax de la historia. Y lo es quizá; pero gracias a que nuestra experien– cia y nuestra leyenda-una y otra históricas-nos enseñan que vivimos en transición. He aquí cómo de la vertiente de su pasado enaltecido hasta la epopeya el vigor americano columbra la poesía y la imaginación que puede mantener vivo el espíritu de la aventura, el «espíritu explorativo»-wester de ayer, de hoy y de mañana-, el más tradicional de sus esfuerzos y logros. La con– clusión es obvia: Hemos de recordar que vivimos en el Nuevo Mundo. Tenernos que conservar el espíritu de descubierta. No podernos sacrificar la promesa de lo desconocido, de las posibilidades irrellenables del hombre, de los misterios intactos del universo a las cómodas satisfacciones de beneficios predecibles y estadísticos. La ex– ploración del espacio es un símbolo. También aquí, sin embargo, hay gentes que se preguntan para qué esos intentos, esos propósitos y esas conquistas de la luna y sus aledaños. Cuan– do Colón proyectaba su vuelta a la tierra, había gentes que pensaban lo mismo y algo peor. Es muy razonable y humano que, corno seres inteligentes, nos planteemos ante todas las cosas y acontecimientos los porqués y las finalidades. Son absolutamente legítimos el deseo de información y el ansia de curiosidad que nos impulsan a hacernos preguntas acerca de todo, y es nuestra misma naturaleza racional y hasta nuestro destino terreno y celestial el que nos plantea esas interrogantes de causas y fines. Pero lo raro en este caso de los logros espaciales es que los que se preguntan «para qué» o «por qué» vamos a la luna lo hacen con cierta falta de convicción previa de su utilidad, con escepticismo y reproche sobre los resultados, y con protesta de que, habiendo tantas necesidades y empresas inmediatas aquí, sobre nuestro humilde planeta al alcance de la mano, se in– viertan dinero, esfuerzos físicos y mentales, máquinas y hombres para una utilidad, en el mejor de los casos, literalmente remota. Los científicos, los sociólogos, los médicos, los economistas y hasta los poetas y novelistas-sin olvidar los mismos teólogos-no escasean en sus contestaciones a la pregunta de para qué vamos a la luna. He aquí algunas de esas respuestas: Vamos a la luna para extender los medios de corn- 156
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