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dy Williams o Elvis Presley, vivos o difuntos, hacen oír sus canciones de recuerdo, de ensueño y romance. Los mitos seductores de Marilyn Monroe, 1926-1962, o Suzzan Somers, 1978, las inmortales efímeras de cada quin– quenio, reparten bonanza por el país y alrededor del mundo. Y Hollywood además, siempre Hollywood, «bioniza» hombres de seis millones, mujeres milagro y perros policías atómicos o neutrónicos, como los penúltimas ar– mas. Y también esto es sueño americano. ¿Pero acaso no lo serán más auténticas aún aquellas impresiones que manifestó Alberto Einstein sobre el americano?: 154 Tengo que decir algo sobre este país. No me es fácil decirlo todo. Porque es arduo asumir la actitud del observador imparcial cuando uno ha sido recibido con tanto bondad y respetos in– merecidos como yo lo he sido. Lo primero que sacude de ad– miración al visitante es la superioridad de esta nación en materia de tecnología y organización. Los objetos de uso diario son más sólidos que en Europa. Las casas se designan mucho más prác– ticamente. Todo está concebido o proyectado para ahorrar trabajo. La segunda cosa que le impresiona al visitante es la ac– titud gozosa y positiva ante la vida. La sonrisa en el rostro de la gente en sus fotografías es simbólicamente una de las pro– piedades más típicas del americano. Es amistoso, confiado en sí mismo, y sin envidia.

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