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sido lugar de renovación, de nuevos principios y partidas. La precisión, la trashumancia, ha sido un resorte nacional: la im– precisión del continente, el misterio de nuestros recursos, lo in– definido de nuestras ciases ~u'-'ª"" miasma neblinoso de nuestra esperanza. La exposición que sigue haciendo del modo de ser de la democracia americana es pintoresca y por lo demás exacta: 152 Nuestra sociedad se distingue porque se interesa por investigar, buscar, más bien que por encontrar. La democracia americana, hablando propiamente, ha sido un proceso y no un producto; una búsqueda y no un descubrimiento. Pero un gran peligro, que se ha nutrido de nuestro éxito en tecnología, ha sido la fe en la solución. Para los problemas tecnológicos hay soluciones. Es posible proponerse a sí mismo la tarea de desarrollar una ma– quinaria o aparato de combustión interna, económica y eficaz, una casa prefabricada o los medios para alcanzar la luna. Los problemas tecnológicos son capaces de solución. Nos inclinamos a considerar el problema tecnológico como nuestro prototipo o ideal, y llegamos a creer que de alguna manera la democracia en sí misma es la solución resolutiva de la condición humana. Pero debiéramos haber aprendido, según nos lo prueba la historia de la tecnología en nuestra sociedad, que hay que pensar de otra manera. En el curso de la historia humana no hay soluciones, sólo problemas. Estos es lo que yo llamo «autolíquidación de los ideales,» ideales que se liquidan por sí mismos.» Muestras de ello las tenemos a mano en nuestro esfuerzo para crear una sociedad pluralística, implicando a la gente, al pueblo, y para dar a cada uno un modelo, un ideal, un propósito estimulante en cada nuevo año. Toda solución es nuevo problema. Cuando usted democratiza el veloz automóvil y le da a cada uno un automóvil, el resultado es el embotellamiento, la asfixia del tráfico. En cada solución de los problemas técnicos se nos presenta un obstáculo para el logro de lo que es humano en nuestra sociedad. Cuando pensamos en la sociedad democrática americana, debemos aprender no a pensar acerca de una con– dición, sino en un proceso; no acerca de la democracia, sino en la búsqueda por una democracia que podemos llamar «democratización.» Lo más distintivo del carácter de nuestro sistema no es el sistema, sino el requerimiento de un nuevo ar– reglo o conformación de los hombres y las instituciones, a modo de un flux, o flúida oscilación creativa ... ¿Qué otra sociedad se comprometió a sí misma tan tentadoramente y tan a tientas, con tanta plenitud y posible frustración, para llevar a cabo una em-

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