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por encima de la ley. Ninguno tan bajo que no reciba su protec– ción. Nixon y todos los presidentes y hombres de la calle de Estados Unidos saben que América no ha verificado sus ideales a la perfección ni mucho menos, y que existen aún la discriminación por raza, religión, origen na– cional y otras causas. Pero «la grandeza de Estados Unidos radica en el hecho de que, en general, ha combatido la injusticia y todavía lucha por la completa igualdad.» Descubramos el secreto de esa «grandeza,» tal como lo formula el presidente: El verdadero secreto de la grandeza norteamericana radica en que desde el momento de nuestra formación nacional hemos procurado siempre reconocer la dignidad suprema del hombre y de la mujer como individuos. El pueblo norteamericano procede de todos los países y de todos los continentes. Somos ingleses, irlandeses, alemanes, italianos, polacos, franceses. Somos asiáticos, africanos, europeos. Pero por encima de todo somos norteamericanos. Por otra parte, no imponemos la unifor– midad. No existe un patrón único que constituya el modo norteamericano. Experimentamos continuamente para mejorar lo que teníamos. Pero en el fondo de todos los cambios que in– evitablemente se producen yacen ciertos principios perdurables. Uno de los más fundamentales es el de la igualdad bajo la ley, base de todos los derechos civiles, esto es, públicos. Pero leamos la promulgación de la esencia y significación de la tan mencionada igualdad: Para la mayoría de los norteamericanos, la igualdad es esen– cialmente un ideal religioso. Nuestra Constitución ordena que el Gobierno Federal ejerza todo su poder para proteger y hacer que se ponga en práctica esa igualdad. Pero las mejores leyes que los legisladores puedan redactar serán sólo tan reales como la volun– tad del pueblo para acatarlas. Esa voluntad debe brotar de lo más íntimo. Debemos continuar en marcha hacia el objetivo de nuestra democracia: una nación concebida al amparo de Dios, consagrada a la búsqueda del bienestar de todos, ricos y pobres, instruidos e ignorantes, pod~rosos y débiles. Este fue el ideal revolucionario que inflamó la imaginación del mundo en 1776. En suma, el ideal religioso impone la igualdad. Esta «es una consecuen– cia, no la substancia de la creencia.» Igualdad significa, en las palabras de Alfred E. Smith, líder político de Estados Unidos, «la común hermandad del hombre bajo la común paternidad de Dios.» «Los Estados Unidos de 150

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