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mentes e instituciones técnicas. Podría decirse que todas estas fuerzas traba– jan juntas para que se verifique el hecho de que el fu'turo es «antes» en Estados Unidos. Al menos así lo vaticina Alfred J. Beveridge para lo que queda del siglo XX: «Esta centuria veinte será americana. El pensamiento americano la dominará. El progreso americano le dará color y dirección. Las realiza– ciones americanas la harán ilustre.» Lo que ahora, más que intrigarnos, nos exalta es Iaf uturología;» nom– bre híbrido como el de tantas ciencias modernas, entre ellas la misma prepotente psicología, y la más liviana filmología. Aunque etimológicamente la futurología sea con facilidad identificada con el cono– cimiento del futuro, su definición es todavía algo imprecisa, y lo mejor es señalar y resumir sus objetivos más o menos aceptados. Es ya un buen dato el hecho de que la futurología es tenida en cuenta y utilizada por hombres tan realistas como los economistas, los negociantes, los políticos y especialmente los técnicos, que tienen a su cargo los problemas que se van a presentar y la empresa de resolverlos perentoria y electrónicamente. Mencionemos algunos de los asuntos que la futurología anota como in– mediatos y de inaplazable solución: el transporte urbano y el aéreo; la con– taminación del ambiente de nuestro planeta y especialmente por lo que ya se ha llamado «la basura atmosférica;» la amenaza del equilibrio de poder en– tre las grandes potencias ante las pequeñas; el carácter trasnochado de los sistemas y prototipos de educación; el pulular de la vida y del crimen; el asalto moral a la familia y al matrimonio; la inestabilidad de criterios y de cánones; y el atosigamiento del hombre como individuo. Entre las predicciones de la futurología, las hay estimulantes o depresivas, según se tomen. He aquí algunas. Está a punto de producirse un hartazgo de erotismo; vamos a entrar en la era del bienestar indefinido, al menos por parte de las máquinas; los juicios y las decisiones se adoptarán, más por libres criterios estéticos, que por pertenencias políticas o sociales; en concreto, para el tercer mundo se predicen más ranchos, más favelas y más población marginal; se dignificará cada vez más la ya iniciada sabiduría de la violencia como técnica, como arte y como teología, y se luchará en todos los campos, incluido el religioso, para que «todo hombre pueda decir y exhibir sin temor lo que ha sentido.» El doble afán de desvelar y prevenir el futuro se ha incrementado y se ha hecho más efectivo por los ingenios electrónicos, entre ellos las máquinas computadoras u ordenadoras, las cuales son capaces de almacenar, com– binar y distribuir la ciencia, la tenacidad y la exactitud acumuladas de miles de cerebros matemáticamente disciplinados. Los sectores en los cuales dic– taminan estas ordenadoras son, desde luego, el de los números, las estadísticas, los promedios, las planificaciones, la manipulación de ar– tificios espaciales; pero también comienzan a penetrar en la gobernación de los pueblos, el control del intracuerpo, de la vida, del nacimiento, de la muerte; en los criterios y los códigos de belleza, de enseñanza, de dialéctica 146
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