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talidad, haría pronto algún disparate imponente que precipitara su caída o una decisión americana. La situación, en general, del mundo aparece, a través de la mente política y periodística, como confusa, irremediable, peligrosa y con alegatos de que cada uno tiene razón, la suya, naturalmente. En consecuencia, nada hay tan melancólico como la política, sobre todo si no es ejercida, y sí sólo analizada. ESPAÑA Y SU IGLESIA: TOPJCOS Por esos años sesenta no se podía pasar por alto el tema de España y el de su Iglesia, una y otra descalificadas en el campo de la democracia yanqui. Para los americanos, la estatua de la Libertad a la puerta marítima de Nueva York es algo más que un monumento, un ideal, una revolución y un paraíso y más que un mito. Es sencillamente el ama y diosa de la casa. Hay naturalmente la libertad que todas las Constituciones hacen constar, incluso las totalitarias. Aquí la libertad es innata y obligatoria. Esto hace que en el terreno religioso, y especialmente en el político, se vengan aquí emigrados, desterrados, refugiados, exiliados y gobiernos prófugos de todas partes y de todas las tendencias. Además, estos emigrantes, generosamente admitidos, y hasta solicitados como una gloria, no sólo viven, escriben y hablan libremente, sino que aprovechan su libertad para, si no imponer, sí aconse– jar a este Gobierno y a este pueblo lo que debe pensar y hacer con relación a los respectivos contrincantes de dentro y de fuera de Norteamérica. ¿Qué hace Norteamérica? Seguir siendo libre. América como tal y su Administración siguen su camino, acertado o no, pero disconforme fre– cuentemente con el parecer y los consejos de muchos de sus inmigrantes. En consecuencia, la libertad y las libertades consituyen el baremo para calificar y graduar instituciones, entidades y personas. Por supuesto España y su Iglesia, contempladas desde Estados Unidos, no eran excepciones. Los criterios americanos sobre ellas pueden quedar expresados con este hecho. Hace algunos días se me refería el caso de un alto miembro de una de las Ordenes Religiosas más españolas, que fue designado para una con– decoración, que él mismo deseaba y se procuró indirectamente ante el Gobierno Español. La condecoración fue concedida y se iba a señalar el día de la imposición. Pero entre tanto ese sacerdote fue a España a una reunión de la Prensa Católica que tuvo lugar en Santander. Allí quedó informado y extrañado de la forma de actuar la Censura de Prensa en España. Al volver a Estados Unidos, cortésmente rehusó la condecoración. El Vicario de uno de nuestros conventos, al comentar la situación en España, terminaba gravemente: «Sin libertad no se puede ser católico, y menos, quitándola.» Se refería a Franco. Desde Washington la visión de España, política y social, en los primeros años de la década de los sesenta, daba esta imagen, de datos incompletos. Aunque el patrón de la vida mental española es occidental, sus niveles y modos de pensar son distintos. España, 137
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