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presupuesto aumentan todos los gobiernos. Sin embargo, este país no acusa emociones ni reacciones inmediatas, como si ese cometido se lo tuviera en– cargado a sus representantes y sobre todo a sus senadores, que entonces vociferaban por el discurso de Kruschef sobre Berlín y las audacias de Castro. Pero el Pentágono y la Providencia velan siempre. Las conferencias de prensa suelen ser al final de algún banquete. Celebridades que aquí hablaron a los periodistas y respondieron a sus cues– tiones fueron el Cardenal Pacelli (Pío XII, cuando vino de Legado al Con– greso Eucarístico de Chicago), Churchill y Kruschef. Miro con respeto esta sala, pues los sitios se hacen importantes no por lo que son, sino por lo que en ellos se ha pensado, se ha dicho o se ha hecho. Un avezado periodista me va vertiendo estas ideas: Cada departamento o ministerio tiene su grupo de periodistas, así como la Casa Blanca y el Capitolio y otros organismos. Las noticias de ellos recibidas, unas son para la publicidad propagandística o informativa; otras, insinuadas como con– fidencias que pueden divulgarse sin indicar personalmente el nombre del que las ofrece; y otras que son negadas. Hay una vigilancia y control sobre los periodistas y corresponsales que son admitidos a esas conferencias y ruedas de prensa. Pero la libertad teórica de prensa es tan sensible que hasta la insinuación de que la prensa se censure a sí misma es considerada como un insulto a la libertad. Practicamente los organismos del Estado, influyen– do sobre los directores, y las mismas empresas periodísticas que obedecen y sirven a poderes no inmediatamente visibles, imponen condiciones a los que escriben, rechazan o cortan las ideas, opiniones e informaciones que se juzgan oportunas según criterios partidistas o del más alto nivel. Estados Unidos, sus representantes y sobre todo sus senadores, esperan largamente y zigzaguean. Su aparente ingenuidad y facilidad para que los ciudadanos de cualquier país se manifiesten en esta nación son siempre pro– cedimiento para conocer y controlar las ideas y actuaciones de cada uno. Hace bastante tiempo, aquí se encontraban como pez en el agua los nazistas y fascistas y se manifestaban como tales. Cuando llegó el momento del riesgo, estaban bien definidos y no costó mucho administrarlos. Hoy parece que ocurre algo parecido con los comunistas de dentro, muy pocos, o de fuera, que no encuentran dificultades para exhibirse. Es una confesión an– ticipada. Por lo demás, el indefinido aguante de Estados Unidos, mejor dicho, de sus hombres con responsabilidad, tiene un límite, que hasta ahora se ha probado siempre que es peligroso rebasar. Surge entonces una actitud implacable, llena de medida y rigor. A modo de divagaciones, saltan pensamientos triviales y hasta ascéticos. En Washington se añora Nueva York en todos los medios humanísticos hispanoamericanos. «Washington,-dicen-ciudad muerta.» «Estados Unidos no son ya lo que eran.» Vale la pena recoger la idea central de un joven capuchino, de veinticuatro años, que hace sólo un mes cantó misa. Suelo verle por las tardes jugando al tenis en el campo del convento con su camiseta y pantalón claro. Los sábados sale en un coche a ejercer el 135

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