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amplia del mundo, como nación, donde se pueden observar los rasgos característicos del llamado principio romano. Reinhard Raffalt, en su obrita El Papa en la encrucijada, Madrid, 1970, sugería un título interesante: ¿El ocaso del Principio Romano? Entre los elementos determinantes de este principio, módulo o canon, figuran los siguientes, que se ofrecen afines al sueño americano y a su occidentalidad cristiana: Fe y Derecho en la Pax Romana. Una fuerza ordenadora. La pietas, no sólo como virtud, sino como esfuerzo por armonizar la propia persona con las leyes del cosmos, del estado y de la familia, con lo cual se realiza la intención piadosa y la forma de una especie de veneración. Vin– culación por la razón, la lógica, la ratio scripta y la praxis. La humanitas, o sea: inclusión de la dignidad y de las flaquezas de la naturaleza humana, y la otra pietas, es decir, el reconocimiento de aquellas fuerzas espirituales del universo sustraídas a nuestro conocimiento, pero que deciden nuestro destino. La mas majorum, tradición, herencia. Tales son algunos valores de la Roma antigua y «eterna.» Ahora bien, lo que en la mente romana se había configurado dentro de los límites de nuestro conocimiento, lo com– pleta la Iglesia con la verdad de la revelación. La armonía, por precepto divino, se logra en el amor, merced a la presencia permenente del Redentor Jesús en la forma velada de los Sacramentos. Es la concordia entre nuestra existencia y la eternidad, concordia que es el meollo del principio romano, cristiano católico. Ante este principio, las cuestiones medulares siguen sien– do: Hay Dios, somos inmortales. De hecho los principios, los ideales y las desavenencias, en vías de superarse definitivamente, se funden en las músicas y letras patrióticas y religiosas que cantan todos los hombres y mujeres que pueblan América y se esparcen por la tierra y sus satélites fraternos, gracias a sus bases, capillas y turismo. Sobre uniformes y brindis, junto a tribunas políticas y podios deportivos y olímpicos, planea el espíritu yanqui: 112 ¡Oh Fe de nuestros padres!, viva aún a pesar de mazmorras, fuego y espada, cómo nos palpita el corazón y salta de alegría donde quiera que oímos las gloriosas palabras: Fe de nuestros padres, fe santa, te seremos fieles hasta la muerte. Nuestros padres, encadenados en oscuras prisiones, se sintieron libres en su corazón y conciencia. Bendito en verdad nuestro destino, si como ellos morimos por tí. Fe de nuestros padres, fe santa, te seremos fieles hasta la muerte.

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