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en 1963, como primer ciudadano americano. Lo proclamó santo en 1977. Antony I. Marino, en su libro The Catholics in America, N. York, 1960, aborda el tema de la historia y de la contribución de los católicos al modo de vivir-«american way of life»-, aportación que considera vital. Hace constancia de que el católico americano ha sido obrero, hombre de negocios, poeta, cantante, estrella del teatro y del cine, miembro de la Corte Suprema, senador, representante, industrial, campesino, figura de creador y figura de las Bellas Artes, científico de nota, educador, empresario, militar, campeón deportista, todo cuanto se puede ser en los medios de comunicación social, miembro de la NASA, policía, diplomático, Presidente y Santo. Y todo lo demás, mejor y no tan bueno, que es cual– quier americano. El que el autor se esfuerce-como tantos historiadores, por ejemplo, Richard Patte en su El Catolicismo en Estados Unidos-en presentar el desfile de tales protagonistas es indicio de que la inserción de la comunidad católica romana en el cuerpo yanqui, si bien espléndida, no deja de ser difícil y meritoria. Lo reconoce el historiador en estos términos referidos a un compartriota católico: Este llegó a ser ayudante secretario de George Washington, general en la Guerra Civil, dramaturgo mundialmente famoso, miembro del Gabinete, intérprete renombrado del folclore americano, astro de las tablas y de la pantalla, catedrático, educador, poseedor de la Medalla de Honor del Congreso. Es quizá vuestro vecino de al lado o uno de vuestros más íntimos amigos. Y observa el escritor: La Revolución Americana en la cual los católicos americanos desplegaron patriotismo extraordinario, les trajo la libertad, pero no la aceptación social. Hasta después del hambre irlandesa de 1845-49, cuando arribó a estas orillas cerca de un millón de inmigrantes depauperados, su fe era blanco acerbo de prejuicios fomentados por los nativos, predominantemente de ascendencia inglesa: prejuicios que habrían de acosar a los llegados de Italia y otras tierras católicas. EL PRINCIPIO ROMANO La tendencia a asimilar la hegemonía o liderazgo yanquis con el impe– rio romano tiene fundamentos más espectaculares que vigorosos. Los norteamericanos se sienten comprensivamente halagados, aunque no acostumbran a alardear de ello. No obstante, es en el campo religioso, cultural y ético de la gran parcela integrada por cristianos y católicos, la más m

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