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Desde luego un cierto humor nunca falta en las filas católicas y en los otros norteamericanos que los contemplan. Hay el dicho que dice: La mayoría de los católicos conocen «the Four Horsemen of Notre Dáme' me– jor que los cuatro Evangelios.» El «ghetto» de los católicos se derrumba en la primera mitad del siglo 20, a consecuencia de las transformaciones de toda índole que siguen a la Segunda Guerra Mundial. Muchas de las ideas que los liberales expusieron hacia 1900 revivieron y encontraron importante campeón-según el parecer de historiadores yanquis-en el Papa Juan XXIII. Tras esta guerra el catolicismo norteamericano de nuevo experimenta un crecimiento fantástico: de veinticuatro millones en 1945 a cuarenta millones en 1960. La entrada plena de los católicos en lo nacional se puede señalar con la elección de su primero y hasta ahora único presidente católico John F. Kennedy, de suerte, fortuna y pathos complejos. ¿No es éste el hado providencial del mismo catolicismo? El impacto tremebundo y súbito del Concilio Vaticano II y de su Papa Juan XXIII ha sonado con ecos no sólo inmediatos, sino intemporales, de consecuencias políticas y litúrgicas por mencionar sólo las más super– ficiales. Ello ha afectado al mundo entero. Pero en concreto a los católicos de Estados Unidos que acostumbran a preguntarse, según frases definitorias: «¿Qué cree la Iglesia?», de repente se preguntan a sí mismos: «¿Qué creo yo?» (What that the Church believe? y ahora What do I believe?). Es decir. La conmoción y vivencias religiosas, sin dejar de ser manifestación de los signos sociales de nuestra época, cargan también la atención en la ideología y práctica de la persona, en el individuo. Muchos católicos están confusos, desorientados, perplejos e incómodos. Otros muchos se alegran. El «sueño» de una América Católica continúa navegan– do. Su cuestión primordial, como ciudadanos y como seguidores de Cristo sigue siendo hoy más incentiva que nunca: ¿Estamos moldeados definitivamente por el pasado, o somos simplemente sus prisioneros? Los católicos han aceptado un cierto pluralismo y la libertad religiosa como valores positivos. Su revolución es la del alba necesariamente haciéndose día. El penúltimo acontecimiento coincidente con el Bicentenario es que el Catolicismo norteamericano cuenta con un Santo varón canonizado, ya que hasta ahora eran dos mujeres Francisca Javier Cabrini, 1946, y Elizabeth Ann Bayley Seton, 1975. Es el que fue cuarto Obispo de Filadelfia desde 1852, el Beato John Nepomuceno Neumann. Nacido en Prachatitz, Bohemia, en marzo de 1811, llegó a Estados Unidos teniendo veinticinco años, y se naturalizó americano. Nombrado obispo de Filadelfia en 1852, edificó en ocho años 89 iglesias, incluida la catedral, numerosas escuelas, orfanatos y un seminario. Se consagró sobre todo a los inmigrantes y a la educación de los hijos de éstos. Su nombre continúa dando apelativo a multitud de centros juveniles universitarios católicos. Pablo VI lo beatificó 110

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