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Quinta y sexta etapa. La «era moderna» y la renovación del catolicismo. La guerra hispanoamericana ocurre a fines de este siglo, 1898. Los americanos están acordes en que la victoria les dio por primera vez una dimensión mun– dial y que despertó los primeros indicios de imperio. Como en tantas em– presas norteamericanas, los princ1p1os religiosos no prevalecieron significativamente; y sí se apeló a los ideales de democracia y liberación. Entre los años 1880 y 1915 los seis millones de católicos habían pasado a quince millones. Siempre habían sido fermento de la sociedad americana, pero no desaparecía la imagen del aislamiento y de «ghetto» que duró hasta nuestrmPdías en la primera mitad del siglo veinte. Eran un grupo aparte en la corriente general de esa vida. Aún así se mostraban nacionales en todas las manifestaciones comunes. Cantan su país, tipificado en las canciones de George M. Coha, sus deportes, los héroes populares Gene Tunney, Knue Oochne y Babe Ruth en boxeo, fútbol y baseball respectivamente. La Primera Guerra Mundial la compartieron plenamente. Algunos de sus regi– mientos llegaron a la leyenda por su valor. El P. Francis Duffy fue capellán del famoso «Fighting 69th. » Dentro del contexto conservador de la Iglesia, los reformistas con– tinuaron activos. Dorothy Day funda el Movimiento Obrero Católico en los años treinta. A pesar del conservativismo político, la Iglesia apoyó el movi– miento laboral, recordando lo que decía el Cardenal Cushing: «Casi todos nuestros obispos y arzobispos son hijos de obrero.» No parece que fuera ninguna preocupación obsesiva el lograr un presidente. Pero la oportunidad o posibilidad la imponía ya el número de católicos, nunca unánimes ni unidos para votar un católico. Al Smith fue el primero en correr ese albur contendiendo por la Presidencia frente a Herbert Hoover (1928). Durante la campaña se cuestionó su eventual presidencia como candidato católico. En respuesta él escribió: Creo en la libertad absoluta de conciencia para todos los hom– bres y en la igualdad de todas las iglesias, confesiones y creencias delante de la ley como asunto de derecho y no de favor. Fue estruendosamente derrotado. Ello confirmó en algunos católicos el sen– timiento de que los católicos norteamericanos no eran aceptables en la amplia sociedad yanqui, Algún dibujante, sectario o humorista, represen– taba una supuesta reunión del gabiente «Si Al fuera Presidente.» Presidía un señor con tiara rodeado de una docena de monseñores. A la par, la verdadera energía de la Iglesia se puso de relieve con sus obras misioneras de ultramar, en contacto con otras culturas, ideas y realidades nacionales. Esa historia misionera de las iglesias norteamericanas está todavía por escribir. Los que más la contemplan son los misioneros católicos esparcidos por todo el mundo civilizado, tercero o por desarrollar. El espíritu, la riqueza y el poderío norteamericanos son radicalmente pro– pagandistas y misioneros: participables. 109

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