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vador que varios Pontífices se consideraron obligados a apoyar decisoriamente. Se detuvo esa «americanización,» que de hecho no llegó a convertirse en el «americanismo» juzgado y senten– ciado, que a algunos fascinaba también en Europa, y otros denunciaban y temían como la nueva herejía. Esas fuerzas y tendencias democráticas no volverían a levantar cabeza hasta bastantes años, más tarde -y quizá con más vigor e incertidum– bre en otros países .:atólicos del mundo más que en Norteamérica-hasta los años posconciliares. Durante las luchas inevitables, en las caricaturas podían verse com– bates de boxeo entre algunos clérigos y sus prelados ante la mirada, por un lado, del Papa León XIII, y el pueblo llano y rural, por el otro. Se había tratado de buscar la propia identidad que se consideraba en sazón, a la vez que se ofrecía la ocasión de crear una «iglesia católica americana» y convertir a ella a todos los americanos. Isaac Hecker, fue uno de los patrocinadores de tal «sueño,» que a su modo hizo realidad, en justa medida, el cardenal James Gibbons, que tuvo «amigos por todo lo alto.» Esta figura príncipe en el Catolicismo norteamericano fue nombrado Cardenal en 1886, cuando era arzobispo de Baltimore. Esa designación lanzó la edad de oro de la iglesia en América. Desde entonces hasta su muerte en 1921, la Iglesia triplicó sus fieles. Su libro La fe de nuestros padres» fue instrumento eficaz para destruir prejuicios anticatólicos. Su «Defensa de los Caballeros del trabajo»-«Knights of Laborn-le hizo campeón de los obreros que habían emigrado de Europa. Patriota ferviente, suya es esta expresión: Cada vez estoy más convencido de que la Constitución de los Estados Unidos es el más grande instrumento de gobierno que ha salido jamás de manos de hombre. El Arzobispo Michael Corrigan fue el mantenedor vigoroso de que las creencias a las que los católicos han de guardar fidelidad son las de Roma. Es notoria la repulsa del «americanismo y el modernismo» en la Ig– lesia. Ello enfrió el movimiento para la apertura de la Iglesia Americana a los ideales democráticos. Posiblemente no hacía falta. En el campo de la vida católica de este país, acompasándose con la movilidad progresiva, y automática, lo americano y lo moderno son consubstanciales a sus sueños y a sus técnicas. En encarnarse en su entorno y la gracia misma de su formal respeto y amor a Roma es una de las características que ejemplariza al catolicismo americano. Es, en suma, el cambio tradicional americano, siem– pre llegando a tiempo y a su compás, nota de su andadura religiosa.

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