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Prólogo Por entonces, en los años siguientes a la Guerra Española y a la Guerra Mundial II, la difusión del libro del norteamericano Palle, «El Catolicismo en Estados Unidos», levantó en mí el interés por la espiritualidad cristiana de la nación vencedora, si no exclusivamente, sí con significación resolutiva. Este país se adentraba en la modernidad con su poderlo y su juventud, como representante cada vez más perceptible hasta nuestros dias, del mundo occidental. En éste se hablaba de «decadencia» de la religión y civilización señeras; se vaticinaba la vejez de las culturas europeas y se presentía el adiós a «las bellas épocas»; se auguraba la «vuelta a la Edad Media» y parecía confirmarse la incompatibilidad de progreso científico y técnico con la necesaria renovación de conceptos y costumbres en el espíritu y en la práctica de la piedad de siglos judeo-cristianos, helenísticos y moder– nos. Sin embargo, la alegria y la esperanza del Verbo, en el que «estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Jn. l , 4), y la purificación, «catar– sis» y los renaceres que suelen avivar las guerras como clamores de sobrevivir, parecieron decidirse por un mundo católico con más sentido que nunca, más universal y a la vez, concreto. Desde múltiples puntos de vista e ideologías publicitarias se simultaneaban ensoñaciones, principios y posturas en realidad coincidentes: «por un Mundo Mejor», «por la reden– ción de los menos favorecidos»; «por el mayor bienestar de todos»; «por la ciencia, la paz, la fe y la confortabilidad». Y aquí estaban los Estados Unidos de Norteamérica. Mi profesión de sacerdote, escritor, periodista y Profesor de Cultura Religiosa en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid propició la opor– tunidad -1962- de contemplar y comunicar los aspectos del vivir yanqui, especialmente dentro de una laboriosa armonía ecuménica en Cristo. Por otra parte, los asuntos de la Orden, referentes al establecimiento de alguna residencia en los Estados Unidos para sacerdotes franciscanos capuchinos españoles, me implicaron en esos menesteres y diligencias y tramitar esas gestiones, en concreto en Nueva Orleans, La. y Miami, Fla., donde refluían nuevos emigrantes de América Central, muchos de ellos feligreses de las mi– siones y viceprovincias de Cuba y Venezuela (1964) Estados Unidos eran a la vez plata/orma y vértice de perspectivas in– mediatas y de paisaje humano, de superficies tangibles y honduras 9

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