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nación. Muere en 1917 en Chicago y su cuerpo yace actualmente en la capilla del Colegio de la Madre Cabrini de Nueva York. Fue canonizada el 7 de julio de 1946 por Pío XII, veinte años antes que lo fuera la Santa nativa americana Santa Elizabeth Seton. Cuarta etapa. Americanismo frente a Romanización. Necesariamente por razones de lugar, tiempo y progreso rápido de todo cuanto acontece en Estados Unidos, la Iglesia Católica tenía que definirse y manifestarse como americana y romana. Fueron nominaciones que por los años 1890 hasta los 1920 se adoptarían como definitorias y denotadoras de las tendencias que confluían, a la vez que se enfrentaban. Los actuales historiadores presentan el fenómeno de la americanización frente a la romanización: iglesia yanqui e iglesia católica. En realidad no se trataba de un antagonismo o confrontación recíprocamente opresiva, sino de algo muy diferente. Era acumulación, in– corporación, armonía y plenitud espiritual y cívica. Hecho que aquí presen– tamos personificante con el título de Cristo Yanqui. Muy ingenuo sería presuponer que no hubo o que ya han desaparecido del todo los rencores, las ignorancias, el ortodoxismo y el libre examen, los fanatismos y los antis de todos los signos y las tenebrosidades de cualquier ralea. La religiosidad cristiano-católica de Estados Unidos y sus gentes se identifica, en última instancia, como romana y católica. Desde luego, así hay que completar y calificar sus creencias, leyes, orientaciones, costum– bres, fidelidad y sensibilidad, a veces un tanto romera y turística, a lo «romano.» Hay en ese «To Rome with !ove» «A Roma con amor» algo más que sorpresa y simpatía por lo clásico humanístico de la urbe y la vitalidad, idiosincrasia y valores de lo italiano. Es el reconocido esplendor que, por mediterráneo greco-latino, ha percibido siempre el anglosajón, y, en el caso concreto de Estados Unidos, merced al patrimonio de cultura, de sangre y de familiaridades sembradas y sostenidas por la generosa inmigración italiana. Hay algo más que basílicas, mármoles, indulgencias, santuarios, y parentescos y fusiones de gansterismo y maffia, de Chicago y Nueva York de un lado y Nápoles y Sicilia por otro. Habría que añadir ese algo dantesco y franciscano que la fascinación florentina y umbra del Patrono de Italia, el Santo de Asís, sigue suscitando en la mentalidad y amores del americano, siempre propicio a lo elemental de la creación y al sueño imposible del total idealismo. A la reafirmación de la romanidad del catolicismo yanqui con– tribuyeron en definitiva los movimientos católicos originados por su propio auge. He aquí como los actuales historiadores contemplan esta situación: En los primeros años de 1890 un sentimiento de euforia llenó a algunos católicos americanos que esperaban hacer su iglesia más abierta y democrática. Esto provocó un movimiento conser- 107

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