BCCCAP00000000000000000000550

Los romano-católicos se hacen y contestan, como en los ejerc1c10s espirituales, estas preguntas: ¿De dónde vinimos?, ¿Quiénes y cómo somos ahora?, ¿A dónde vamos? Porque nunca se podrá entender plenamente dónde estamos ahora y hacia dónde marchamos en el futuro, mientras no estemos informados de dónde procedemos. La oportunidad bicentenial se aprovechó para poner de manifiesto por todos los medios, incluídos los genuinamente medios de información, su historia y su vida, su anécdota y su circunstancia: el rigor de los aconteci– mientos, los perfiles de sus personajes, el color y el entusiasmo de los movi– mientos, unas veces sosegados y otras conflictivos, de la comunidad católica. Es una historia sencillamente humana, de virtuosos y pecadores, de valor y de esperanza, de incertidumbres repentinas y transitorias, de rivalidades espirituales y civiles, de intentos y de logros, de guerra y de paz, de desfallecimientos y de triunfos. Se quería conocer y contemplar gráficamente, audiovisualmente, según es factible en la moderna narración, «cómo los católicos han cambiado a América y cómo América los ha cam– biado.» En la superficie y en los adentros de este cambio se verifica la identidad del catolicismo norteamericano. En su conjunto, esta celebración fue una experiencia nueva e irremplazable y, por supuesto, meritoria y ejemplar, en función de las demás prioridades contemporáneas, que los Estados Unidos han aceptado, de su destino y quehacer históricos. Una cierta simplicidad, un candor siempre en marcha, y la valorización de lo cotidiano y natural se observan en todas las realizaciones norteamericanas, aunque no fuera más que por razón de juventud y cer– canía. La Independencia y Unidad de Estados Unidos acontecen íntegras en la edad moderna. Los medios de comunicación son sus testigos y archivos vivientes. Sus hechos y personajes de acción y recreación, al menos en una cuarta parte de los dos siglos, son contemporáneos nuestros. Poco más de media docena de generaciones que se nos plantan a la vuelta de cuatro guer– ras y de palpitantes inmigraciones, y vemos las huellas recién impresas de los buscadores de oro de Sacramento y de los astronautas en la luna. Esto es lo que hace que su historia no pueda ser pobre ni corta. Antes bien, es clamorosamente rica en sus rápidas consecuencias y en la culminación de la que somos testigos. El vigor múltiple de la prensa y los logros crecientes de la fotografía, el documento dramático y lírico de la radio y la televisión con su informe ubicuo y simultáneo y su sinfonía audiovisual y el video domestico y presente son estrictamente contemporáneos del numen y del gesto de Estados Unidos mitificados y actuantes, y lo son, por consiguiente, de su presunta hegemonía. Ni hay milenios ni transfondo de noches oscuras de sus tiempos. Todo es prístino. El frescor del romance, de la saga y de la can– ción surgen de los carromatos, de las capillas y de las cabañas del Oeste no con menos encantos que el fulgor de los yelmos, catedrales, monasterios y castillos de los Arturos, los Rolandos y los Cides de la «frontera» románica. 102

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz