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con mucho de sueños y amores y empresas quijotescas. La civilización americana ha venido arrogándose la representación del mundo occidental, del mundo cristiano ya que se le atribuyen también las mentes europeas. Esta atribución mantiene a Estados Unidos en un comple– jo ciertamente aristotélico en cuanto supone la norma universal de conduc– tas y de ideologías, incluso sobre temas tan alejados como el placer y la mística. Tales rasgos aristotélicos no son tan entusiásticamente sentidos como para excluir el apasionamiento platónico y el sencillo fervor americano ante las formas de la vida. No olvidemos, sin embargo, que la acepción aristotélico en el lenguaje inglés del Nuevo Mundo significa per– sona que tiende a ser empírica y práctica en su pensar, más bien que metafísica e idealista. Lo que vale también en el ámbito religioso. Lo que se muestra evidente es la seriedad del optimismo americano. No es alegre, ni frívolo, ni fácil. Mucho menos ingenuo o fatalista. Es op– timismo puro que procede de la conciencia del riesgo, del cálculo cierto de sus posibilidades y recursos, de la seguridad estudiada y previsible del resultado y del coraje y la decisión pacientes para r,;,alizar. No excluye el azar y, de alguna manera, cuenta con el favor y la predilección de lo divino. En casos, accede a vivir este optimismo como si asistiera a un espectáculo, con crueldad fría y juvenil, en ignorancia de todo lo demás. Este conglomerado logra hacerse bloque en el individuo americano, tranquilo u oscilante, y que se reconoce cristiano, aristotélico y optimista, y así resulta su identidad, que nace, se redondea y se define en ser «americano.» Pero esta identidad sólo nos la puede describir, con orgullo y sinceridad exactos, otro americano, por ejemplo, John Steinbeck en su referencia a lo telúrico: Algo tenía América que dió lugar a la aparición de los americanos. Quizá se trataba de la grandeza de sus tierras: las gigantes montañas, el misterio de los desiertos, la violencia de las tormentas, los ciclones, la inmensa dulzura y fortaleza del país que, al ejercer su acción sobre las inquietas gentes del mun– do exterior, las hizo más altas que sus antepasados, más fuertes que sus padres ... y los hizo americanos. PERFIL CATOLICO. ETAPAS El establecimiento del catolicismo, como el de las demás instituciones religiosas o no del Occidente, en Estados Unidos es anterior a la In– dependencia y coetánea de la progresiva formación de su nacionalidad, que aún ahora no está cuajada del todo. Por esto la cristiandad católica norteamericana recordaba especialmente en el bicentenario los cuatrocien– tos años de historia y su contribución al patrimonio de los católicos actua– les, el cual a la vez es herencia acumulada de todos los yanquis. 101

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