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CRISTIANO, ARISTOTELICO, OPTIMISTA Y AMERICANO André Maurois concluía que la actitud tercamente progresista de los Estados Unidos de Norteamérica no es sino el resultado de su conflicto con– sigo misma. «En la hora en que esta gran nación se confronta consigo misma, su historia nos ayudará a comprender mejor su alma y cuáles son las razones profundas de sus esperanzas.» No vamos a hablar ahora del «alma» americana. Pero sí a referirnos a una definición personal que de sí nos ofrecía el candidato demócrata para la vicepresidencia, Sargent Shriver: «Soy cristiano, aristotélico, optimista y americano.» Al hablar así eludía elegantemente su calificación de católico, pertene– ciente además a la estirpe de los Kennedy por su matrimonio con Eunice Kennedy, hermana de los ilustres asesinados, Presidente y Senador respec– tivamente, John y Robert. El matrimonio de Shriver tuvo lugar en 1953, en la catedral de San Patricio, Quinta Avenida, frente al Rockefeller Center, con la bendición de monseñor Spellman, Cardenal castrense y peregrino in– ternacional de Roma. Era la buena época de las abundosas conversiones estéticas de la inmediata posguerra de antes del Vaticano II. Al nuevo esposo, licenciado en Derecho por Yale, le aguardaban cargos como miem– bro de la redacción del Newsweek, administrador del Cuerpo de la Paz, jefe de la Oficina de Oportunidades Económicas del Programa contra la Pobreza, y embajador en París. Todos puestos políticos, benéficos, finan– cieros y literarios, muy en la línea de la piedad y del activismo norteamericano y, por consiguiente, de la madre política de Shriver la señora viuda Rosa Kennedy, mujer clave como madre y como católica. Lo de «cristiano» resalta a primera vista por aquello del «melting pot,» crisol de mezclas de las confesiones norteamericanas en el cual crisol el cris– tianismo es el condimento y la sazón perceptibles y vigorizantes de la religiosidad y democracia americanas. También el cristianismo medieval, el renaciente, y, por supuesto, el reformista se injertan bien en actitudes hebraizantes y helenísticas, tan gratas a la romanidad yanqui, y se acentúan en el católico, el cual tiene que vivir en una sociedad no exenta de alter– nativas de recelos y de fervor hacia Roma. Lo «aristotélico» es más bien tendencia al ordenancismo, a la lógica del número y de la concretez física hasta llegar a la máquina, al artefacto, para evitar el libertinaje de la fantasía y de lo emocional, sin quedarse nunca del todo en lo platónico. En realidad es predilección por la fácil claridad francesa y cartesiana, amable y geométrica. Es el ensueño cartesiano im– posible del yanqui. El gobierno, las empresas, el deporte, la frivolidad, el arte: todo es negocio, asunto más que económico, de planificación y de garantía. Por lo pronto el cristianismo, no obstante, cultiva la lírica, el dramatismo y el romance de la piedad e implica a los Estados Unidos en «cruzadas» de muy diferentes signos, y le embarca en idealismos e ideales, 100

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