BCCCAP00000000000000000000550

Teólogos como Rahner y Maritain, y otros más actuales, iniciaron a muchos católicos americanos en la comprensión de cómo es posible que esos otros hombres pueden implicitamente creer en Cristo y desde luego ser ilu– minados y galvanizados por Cristo, aunque no tengan consciencia de ello. No hace falta que funcionen unas teorías muy precisas para todo esto, ya que la nueva visión no depende tanto de sistemas dialécticos mentales como de supuestos experimentales. Se opina americanamente que, por ejemplo, la síntesis de Teillhard de Chardin, mejor que los análisis de otros teólogos, se ajusta con más fidelidad a las nuevas experiencias que se forjan en la vida. En todo caso expresan cálidamente un pensamiento elogioso para la imagi– nación, tan cara a cualquier yanqui como la praxis. Nuestra imaginación religiosa posee un Cristo siempre operante con toda su capacidad redentora en todos los hombres de buena voluntad. Como en otros países de sensibilidad civilizada, la mayor parte de los creyentes norteamericanos no tienen que encararse con el dilema de escoger entre la participación activa en la vida de su iglesia y a la vez, adecuadamente, en la vida simple. Ese problema no existe. Es signo e im– posición lúcida de los tiempos. Un buen número, sin embargo, de personas, admirablemente espirituales, están tentados a ceder a la angustia y al desaliento, y encuentran en esta cesión su ascética y su mística renovadas. Con lo cual salvan su vida interior y la serenidad. Aún así, el temperamento yanqui se implica en la libertad, y discurre más o menos así: La libertad del hombre cristiano, conquistada y sufrida por Lutero, es también, en parte, la libertad del católico romano del último tercio del siglo veinte. La ansiedad y desesperanza ardi– das y en ocasiones ciegas, que sentían Lutero y sus contemporá– neos y de las que un Cristo «más intenso» los libró, surgieron de la experiencia progresiva de su condición de humanos. Esa humanidad que les oprimía era su condición personal del pecado, su propio fallo de amor. La premura y el desespero que sienten bastantes católicos norteamericanos y que se ha manifestado en las dos últimas décadas, resultan de las presiones y desajustes que se dan en ambas comunidades: de la sociedad civil y de las actitudes eclesiásticas. Tanto los conservadores como los liberales -términos inadecuados, pero conven– cionalmente admitidos- rumian su impotencia para controlar los cambios para saber y prevenir dónde se está yendo. Para evitar la confusión, identificase como comunidad efectiva de amor de Dios. Lo que el fiel católico norteamericano debe hacer hoy es recordarse a sí mismo que la libertad del hombre cristiano sigue siendo la suya, de católico romano, en este tiempo en este sitio, ahora y aquí. 99

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz